Ganó el que hizo la carrera más inteligente. Aunque sabía que era el que estaba en las mejores condiciones para revalidar el triunfo indiscutible de hace cuatro años, no se confió y fijó con nitidez sus objetivos. Frente a la incertidumbre de los que pusieron un no en su eslogan, ofreció la seguridad y estabilidad del sí, y con sus llamadas a la especial importancia voto útil en un momento tan complicado segó la hierba bajo los pies al rival que podía pescar votos en su caladero.
Mientras, enfrente se perdían en debates de estrategias y candidatos, escenificaban malestares, cuestionaban liderazgos -con la excepción del BNG y la excelente campaña de Ana Pontón, que logró frenar una debacle anunciada- y salían a competir con corredores fichados en el último momento, sin apenas tiempo para el imprescindible entrenamiento ni para definir con claridad la estrategia a seguir en una carrera que se presentaba especialmente difícil.
Mientras corrían, se vieron obligados, además, a no perder de vista las discusiones que continuaban entre quienes se supone que deberían estar centrados en ayudarles a encontrar la mejor manera de acercarse al que iba en cabeza, ni a los que aun ponían en duda si la selección de los corredores había sido la más adecuada.
Perdida con claridad esta carrera, tendrán unos días para pensar si lo más conveniente es lanzarse a competir de nuevo en diciembre sin revisar a fondo las zapatillas para quitar las arenas que manos supuestamente amigas introdujeron en ellas, y analizar si la táctica más idónea es seguir dándose codazos con el de al lado mientras el ganador de las últimas competiciones marcha destacado.