Un año más, seguimos celebrando nuestras contradicciones. Los políticos discuten sobre el discurso navideño del rey. Algunos lo critican por inconcreto y buenista, por no mojarse con alternativas sobre los problemas reales de la gente, quizá para poder acusarle, si lo hiciera, de salirse del papel que le fija la Constitución.
Una Constitución que unos querrían demoler por escasamente representativa sin tener ni de lejos la mayoría social que la apoyó en el 78, y otros aseguran defenderla a ultranza, pero ponen palos en la ruedas a la hora de actualizarla.
Vuelven las críticas a la monarquía, pero no pocos ciudadanos que nada tienen de monárquicos manifiestan preferir la mesura del actual rey a la posibilidad de ver en la presidencia de una hipotética república a líderes de discutible visión de Estado.
Siguen algunos presentándose como defensores de las esencias de la democracia y adalides de nuevas formas de hacer política mientras demuestran en su funcionamiento interno comportamientos propios de las más rancias fórmulas.
Y otros aceptan de la Navidad lo que tiene de fiesta, pero tratan de despojarla de todos los contenidos que recuerden su origen, como si optasen por elegir la cáscara y tirar el fruto. Aunque quizá sea por la dificultad de superar la contradicción de celebrar el momento en que todo un Dios decide hacerse hombre y no solo no resuelve de un plumazo todos los problemas humanos, sino que se deja matar por quienes no le aceptan, y pese a ello hace que todo cambie y veintiún siglos después aun le siguen miles de millones de personas en todo el mundo.
Felices contradicciones y un venturoso 2017.