El contribuyente, ante algunos análisis económicos, y el consumidor, ante unos percebes, se preguntan cómo se come esto. La economía va bien, pero la mayoría de los ciudadanos no lo notan en su día a día. Los que comían percebes antes de la crisis los siguen comiendo ahora, porque pueden pagarlos y saben comerlos. Los que no podían comer percebes entonces siguen sin poder comerlos ahora, porque no pueden pagarlos y, según opinión de los primeros, no saben comerlos. Los nuevos ricos, que se hartaron de comer percebes, no pueden comerlos ahora, porque han pasado de ser clase media-alta a ser clase media-baja y se han olvidado de cómo se comen los percebes. Cuestión de macroeconomía, cuestión de microeconomía.
La macroeconomía va bien. Crecen el empleo, el PIB, el IPC, el gasto público, la demanda interna, el ahorro familiar, la venta de automóviles, el precio de la vivienda, el número de turistas y las exportaciones. Pero también crecen la precariedad laboral, la temporalidad en el empleo, el paro juvenil, la desprotección de los parados de larga duración, la factura de la luz y del gas, la población excluida, la población en riesgo de pobreza, la brecha salarial, la brecha generacional y la brecha de género. Sin embargo, bajan las afiliaciones a la Seguridad Social, los fondos de la hucha de las pensiones y las expectativas de cumplir los objetivos de déficit marcados por Bruselas a las comunidades autónomas. ¿Cómo se come que los ajustes presupuestarios no hayan saneado las cuentas públicas? ¿Cómo se come que los intereses anuales de la deuda sumen más que los presupuestos de sanidad, educación y política activa de empleo juntos? ¿Cómo se come que la bajada de salarios no haya mejorado la competitividad? ¿Cómo se come que el rescate financiero haya supuesto liquidez para los bancos pero no para las familias o las pequeñas empresas? ¿Cómo se come que un mayor margen de beneficio empresarial no se haya traducido en una mayor inversión en bienes de equipo? ¿Cómo se come que la reforma laboral se haya tragado la negociación colectiva?
La microeconomía del percebe no va tan bien. La producción es natural, pero la recolección es arriesgada, sobre todo la de los percebes de sol, esos de pedúnculo grueso y corto, agarrados a rocas más expuestas al fuerte oleaje en los acantilados de Ortegal o del Roncudo. A la relación calidad-precio hay que añadir la relación calidad-riesgo. La elaboración no encarece, pues solo precisa una breve cocción con agua salada, mejor marina, para conseguir el característico sabor intenso. En el caso de los percebes, como de la economía, los paños calientes vienen bien, pero solo para mantenerlos tibios. Una vez destapados, llega la frustración del comensal medio, ese que se ha olvidado de cómo se come esto.
Hay que volver a enseñarle a comer percebes. Tiene que aprender a separar la uña del pedúnculo, sin que el chorrito traicionero ciegue sus ojos o salpique su traje de marca comprado hace unos años. Tiene que aprender a sujetar la uña del percebe con una mano y a practicar una pequeña incisión con la uña del pulgar de la otra mano precisamente debajo de la uña del percebe para rasgar la piel. Tiene que aprender a girar ambas manos en dirección contraria, de manera enérgica, con el fin de retorcer, estrangular y decapitar al percebe. Tras este dramático ajuste de cuentas, tiene que aprender a desprender el pedúnculo de la piel y a degustarlo como si fuese el último percebe de su vida. Ante la duda entre tirar la uña del percebe o chuparla con fruición, tiene que aprender a no derrochar y a no vivir por encima de sus posibilidades. Los percebes están para comérselos, pero hay que saber comerlos. Mientras, hay que ver qué pasa con los Presupuestos, porque ya se sabe que «el percebe y el salmón, en mayo están en sazón».