Hiperpadres, árbitros y profesores

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

17 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Qué estarán haciendo los árbitros de fútbol infantil y juvenil para que padres de sus jugadores acaben agrediéndoles físicamente? ¿Qué tan mal los profesores de nuestros escolares para que grupos de padres se empleen a fondo en su acoso en las redes sociales? ¿Existe algún denominador común entre ambas conductas, alguna razón de fondo para explicar semejantes desmanes? 

Hace mucho tiempo que los deportes han mutado en referentes de éxito social y económico. Millones de padres viven obsesionados con las hazañas competitivas semanales de sus ídolos multimillonarios que, al mismo tiempo, son referentes de las marcas y publicidad con las que conseguirán la felicidad.

Y es así cómo millones de padres -y millones de hijos- viven bajo la presión, el deseo y la pulsión de ser ellos mismos parte de una élite de campeones. En su delirio competitivo no van a permitir que nada se cruce en su camino. Por ejemplo, un árbitro. Porque llegados a esa pulsión enajenada es obvio que el fin justifica los medios. Y si la presión psíquica o física al encargado de la neutralidad y las reglas del juego permite conseguir una victoria, poco importará la forma, solo cuenta el resultado. Tampoco que el hacerlo sea el puro soborno o el dopaje no detectado.

Los hiperpadres competitivos (los padres locos del deporte, hyperparenting, los llama M.J. Sandel) tampoco van a permitir que ningún profesor estropee la progresión educativa de sus hijos dañando una nota media que ha de ser sobresaliente. Porque está en juego el acceso ultracompetitivo a un numerus clausus de determinados estudios para profesiones muy lucrativas.

Si la única vía disponible es la enseñanza pública nadie debe impedir que nuestro hijo esté en el pelotón de los ganadores. Para ello se llegará a la violencia, el insulto, el descrédito, la difamación o el acoso en las redes sociales. Si el bolsillo lo permite se invierte en enseñanza en centros privados, que sobre todo garanticen la admisión y obtención de estudios universitarios que nos abran la puerta en la casta de los ganadores. Aunque eso suponga quebrar la libre vocación de sus hijos y aniquilar cualquier vestigio de lo que sería una cabal educación.

Lo único que importa son los resultados, ganar al precio que sea. Porque cuando todo se mide y se jerarquiza (en el aula o en el campo de juego) las exigencias de rendimiento y perfección impuestas por las aguas de una sociedad hipercompetitiva, nos traen consigo los lodos del acoso al profesor o al árbitro, el abuso de estimulantes o dopajes, la compra de atajos o aceleraciones y, muy pronto, la selección genética de los hijos.

De esta cosecha ya nos alertó hace décadas el impagable científico y humanista Albert Einstein al observar que: «se inculca en los estudiantes una actitud competitiva exagerada, se les entrena en el culto al éxito competitivo como preparación para su futura carrera». Menos mal que nuestros hiperpadres son mucho más listillos que Einstein.