Todo son sonrisas y claveles y bocas llenas de democracia y libertad de expresión. Hasta que alguien comete la torpeza de cuestionar el referendo. Y si ese alguien es catalán, se desatan las siete plagas de Egipto desde el cielo independentista. Ahora le toca a Serrat. Audaces jóvenes separatistas nacidos en los confines de los 90 y más allá del 2000 dan lecciones al cantautor sobre dictadura y franquismo. Le mentan hasta a Pinochet. La enfermedad de la desmemoria borra la censura y el exilio sufridos por el artista. Deberían ver el documental El símbolo y el cuate. Tendrían que recordar que Serrat ya pagó muy cara su libertad en otros tiempos.
Muchos le llaman ahora pesetero y titiritero. Si fuera tan calculador, se hubiera quedado callado, sin molestar a nadie. Otros músicos son más afortunados. Lluís Llach se presenta en las listas de Junts pel Sí y es un héroe. Dice en un acto público que hay que tomar nota de todos aquellos que no colaboran con la causa soberanista para pasar factura en una Cataluña independiente y la vida sigue. Se le aplaude y se canta más alto L'estaca.
¿Pero seguirá cantándose a partir de ahora Paraules d'amor en las fiestas de Cadaqués en la que cada verano se juntan Puigdemont, Rahola y Trapero? Quizás convoquen una votación para decidir si le expropian la canción a Serrat, porque el autor no es digno de la obra y la obra debería ser del pueblo o, al menos de cierto pueblo. Eso sí, Cantares, de Machado, puede quedársela el facha de Joan Manuel. ¿Y Mediterráneo? ¿Qué hacemos con Mediterráneo?