El silencio también es una opinión, pero no una opinión única ni medible. Cuando un líder dice que la mayoría silenciosa está con él, no puede demostrarlo, aunque nadie puede demostrar lo contrario, hasta que llegan los resultados electorales. Una minoría ruidosa es cuantificable, una mayoría silenciosa no. Para cuantificar una minoría ruidosa, por ejemplo, los asistentes a una manifestación, unos utilizan el sistema métrico (personas por metro cuadrado en un espacio) y otros el ojímetro (número de banderas, autobuses, pancartas y móviles luminosos) o el audímetro (gritos, cánticos, eslóganes y discursos).
La mayoría silenciosa, esa que no manifiesta su opinión en público y a veces ni en privado, es un sujeto difuso que requiere de otros dos sujetos concretos: una minoría ruidosa y un líder pretencioso. Ante las movilizaciones reiteradas de la primera, el segundo se arroga la representación de la mayoría silenciosa, dando por supuesto que los que no salen a protestar están conformes con sus decisiones, le apoyan con sus votos y legitiman sus actuaciones.
En épocas de caciquismo y pucherazo, cuando votaban los muertos, el concepto de mayoría silenciosa, aplicado a ellos, era más que una metáfora, pues los muertos siempre fueron más y más silenciosos que los vivos. El concepto se fue cargando de connotaciones negativas. La mayoría silenciosa se consideraba poco formada y muy conformista. Por eso, los líderes se referían a ella con eufemismos (Maura hablaba de la masa neutra, Fraga de la mayoría natural, Aznar de la nueva mayoría...). Ahora, cuando la minoría ruidosa tiene altavoces en las redes sociales y las imágenes se internacionalizan en minutos, algún líder reclama, cual Bunbury, el protagonismo de los héroes del silencio. Mientras la minoría ruidosa estaba dispersa, es decir, mientras se ocupaba de asuntos varios, con víctimas específicas (preferentistas, desahuciados, refugiados...), no hacía falta recurrir a la mayoría silenciosa para contrarrestarla. Cuando la minoría ruidosa se hace transversal (a partir del 15M) y, sobre todo, cuando cuestiona el modelo territorial (independentismo) y el de Estado (republicanismo), se recurre a ella.
Ahora bien, nadie garantiza que confiar en el apoyo de la mayoría silenciosa esté exento de riesgos. La politóloga alemana Noelle-Neumann, en su teoría sobre la espiral del silencio, advierte de que la tendencia a acallar a una minoría ruidosa repitiendo las bondades etéreas de la mayoría silenciosa falla cuando la minoría está bien organizada, se reafirma en sus posiciones y suma adeptos para la causa. El mecanismo psicológico de la espiral del silencio de la minoría ruidosa, mediante la insistencia de televisiones, radios y periódicos en la predominancia de la mayoría silenciosa, era eficaz antes de la llegada de Internet. Con la globalización informativa, una minoría ruidosa que tome conciencia de su fuerza y tenga determinación para continuar su exposición mediática puede acabar imponiéndose a una mayoría silenciosa difusa y dubitativa. No hay que acallar el ruido. No hay que apropiarse del silencio. Hay que escuchar el silencio.