Señor presidente: escuché atentamente su intervención de ayer sobre las pensiones. Y mi primera conclusión es que debe usted reprender al amanuense que le pergeñó las líneas maestras del discurso. Si pretendía persuadirnos de la imposibilidad financiera de atender las demandas de los pensionistas, creo que consiguió lo contrario. Me referiré solamente a dos aspectos de su prédica: la supuesta demagogia que caldea las calles y el vil metal, ciertamente siempre escaso, que reparte el Estado.
El uso y abuso de la palabra demagogia para referirse a la rebelión de los pensionistas resulta peligroso. No solo porque, en su acepción dura -véase el diccionario-, demagogia significa corrupción de la democracia. Y esa palabra, corrupción, no le conviene ni siquiera insinuarla. Ya sé que usted pretendía aplicársela a los contrincantes políticos que promueven, convocan o alientan las protestas, pero corre el riesgo de que se den por aludidos los millones de ciudadanos que viven colgados del presupuesto público. Y tienen buenas razones para sentirse interpelados y heridos, porque utilizó los datos, usted sí, de forma perversamente demagógica.
Veamos. Hay más de diez millones de pensionistas, más de la quinta parte de la población española, pero reciben en total no más del 11 % de la riqueza que se genera cada año. Hay también familiares que viven de los ingresos del abuelo. Pongamos, tirando por lo bajo, que veinte millones de personas -el 42 % de los españoles- son los beneficiarios del sistema. ¿Por qué se extraña, pues, de que las pensiones acaparen el 40 % del gasto de la Administración Central y bastante menos del 30 % del gasto público total?
Los pensionistas no son parásitos que viven del trabajo de sus nietos. Son los trabajadores que ahorraron la intemerata en estas cuatro décadas de democracia: para cobrar su pensión futura, para llenar la hucha con 70.000 millones de euros en prevención de malas épocas y hasta para comprarse una vivienda como nos recuerda el inefable gobernador del Banco de España. ¿Es mucho pedir que quieran recuperar parte de su ahorro?
Pero no hay dinero para preservar su poder de compra. ¿No lo hay? Y aquí viene la incoherencia mayúscula de su discurso. Cada vez que saca pecho, cada vez que alardea de lo mucho que crecemos y de los logros de su Gobierno, está desbaratando su premisa. El gasto en pensiones crece a un ritmo del 3 %, pero la economía se expande por encima de ese porcentaje, los ingresos tributarios también y, como usted mismo nos recordó ayer, la recaudación por cotizaciones aumentó un 5,3 % el año pasado. No hay dinero, pero a golpe de supuesta demagogia este va apareciendo. Ya hay X millones para ayudas fiscales a pensionistas mayores e Y millones -supeditados a la aprobación de los Presupuestos, lo que suena a chantaje- para mejorar las pensiones mínimas y de viudedad. Cuando usted se digne aclararnos a cuánto asciende X+Y, comprobaremos si los abuelos, añorantes del mayo del 68 que protagonizaron, son realistas o piden lo imposible.