Normalmente, cuando el Gobierno es fuerte, la oposición es débil. Y, al revés. Si el Ejecutivo está con la respiración asistida, crece la fuerza de los partidos de la oposición. Es una ley no escrita, pero inapelable que, curiosamente, en el devenir de la política española no se cumple.
El Gobierno de Rajoy vive momentos de extrema debilidad. Con una minoría parlamentaria que lo tiene bloqueado y con la gran movilización de la mujer el 8M y la gigantesca ola de indignación de los pensionistas. A ello hay que unir los casos que siguen hirviendo en la olla de la corrupción, Mariano malvive en la Moncloa a golpe de parches como su oferta de última hora sobre las pensiones.
Todas las penurias del PP deberían de ser gasolina para el principal partido de la oposición, el PSOE. Pero las cosas no son así. Las encuestas no le dan grandes alegrías a la formación de un Pedro Sánchez que no está aprovechando la situación para emerger como el gran salvador de este país y como una auténtica alternativa. El problema catalán ha descolocado a los socialistas y llevado a su secretario general a un discreto segundo plano desde el que no está capitalizando el desastre del Gobierno. El liderazgo de Sánchez es de plastilina y sigue teniendo grandes enemigos dentro de sus propias filas. No se puede liderar España si no se es capaz de liderar de forma incontestable el propio partido.
Por otro lado está Pablo Iglesias y su tropa atrabiliaria. Mantiene una permanente tensión con la Izquierda Unida de Garzón, depende en exceso de las formaciones satélites que, como es el caso del planeta Colau, han sacado a la luz todas las contradicciones de un Iglesias que no tiene nada claro lo que quiere hacer con nuestro país. Está débil en su casa, con una corriente de pensamiento claramente contraria a su radicalidad que él marginó, pero no logró eliminar. Es débil en sus alianzas, como la citada con IU, como la de Colau y las Mareas en Galicia, donde de nuevo vamos a vivir episodios de división. Fruto de todo ello son las encuestas que han venido reflejando que eso de asaltar los cielos era una ensoñación.
Ni siquiera los partidos nacionalistas catalanes han sido capaces de aprovecharse de la debilidad del Estado y de su Gobierno. Hasta el punto de que se están destrozando entre ellos mismos al tiempo que arruinan Cataluña.
Solo queda Ciudadanos como único partido que se está beneficiando de cuanto ocurre. Ganó en las autonómicas catalanas. Crece y crece en las encuestas y ya es una alternativa de verdad al Gobierno de España. Pero aún así todavía tiene una base de cristal. La estructura del partido es débil y casi inexistente en autonomías como la propia gallega. Necesita aumentar el nivel y el número de sus cargos y solidificar un discurso a veces cambiante a pesar de sus aciertos, como la defensa de la unidad de España.
Todo esto trae como consecuencia una España mucho más débil y peor que solo aguanta en pie por la inercia de su propia grandeza.