Sus padres están orgullosos de ella. Se licenció con buenas notas y hoy tiene trabajo en la ciudad. De vez en cuando va a visitarlos. Su nombre es Alicia. Un personaje de cuento. De pequeña, Alicia soñaba con recuperar la vieja casa de sus abuelos. Con su fregadero de piedra, sus contras de madera y la sombra de esa parra de uvas amargas. En ese futuro que imaginaba habría una línea de autobuses eficaz que la dejaría en la ciudad en poco más de media hora. Y quién sabe si para entonces una línea de cercanías volvería a revitalizar la vieja estación del pueblo. Sin duda podría vivir allí. A lo mejor tenía que trabajar más lejos, incluso en Madrid, pero ya habría llegado el AVE y alcanzaría la capital en apenas tres horas: ya no podría vivir en Campos, pero iría cada fin de semana. Alicia fue perfeccionando su sueño mientras cumplía años y superaba cursos. Y llegó la universidad. El AVE seguía en obras, la estación seguía abandonada y los autobuses pasaban cada vez con menos frecuencia por un pueblo en el que apenas quedaban vecinos. Faltaban cinco años. Quizás entonces. Pero Alicia se graduó, el AVE seguía sin llegar y sus vecinos continuaban marchándose. En el pueblo ya no había niños que soñasen con quedarse. Comenzó a trabajar en la ciudad. De vez en cuando visita a sus padres. No tanto como le gustaría. No tiene coche y el viaje es pesado. Quizás algún día llegue el tren o vuelva a pasar el autobús, pero para su pueblo será demasiado tarde. Los muros de la casa de sus abuelos se resisten a caer y Alicia sigue soñando. En sus sueños sigue viendo el pueblo, sigue viendo la casa recuperada y se sigue viendo ella con un libro bajo la parra. Está jubilada. Claro que Alicia es un personaje de cuento.