Quitando que la Academia haya prescindido de nominar al flojo biopic Bohemian Rhapsody (taquillazo sí, pero ordinario también), el Óscar 2019 parece un calco de los recientes Globos de Oro. Al tiempo. Marcan la pauta un puñado de críticos internacionales en Hollywood -mimados, seducidos y agasajados por las productoras y sus periferias-, frente a unos cuantos miles de académicos que o envidian a la ONCE o pasan de todo. A la vista de los nominados, no hay resquicio a la sorpresa. Lo normal es que Roma se lleve la estatuilla, pero no así en la categoría de habla no inglesa: los votantes están mayores, les aburre leer subtítulos y está en blanco y negro -y además apadrina Neflix, que llega para cargarse el cine en pantalla grande, teniendo en frente al todavía poderoso lobby exhibidor-. No les veo permitiendo engordar el negocio a la líder del streaming, con millones de nuevos abonados a partir del 24 de febrero... (piratas al margen). Sin duda, o la Academia se pone las pilas o al tío Óscar le dará un parrús.