Pedro Sánchez tiene motivos para estar preocupado. Su política del ibuprofeno, como dice Borrell, se le puede averiar. Los últimos pasos que ha dado su agente en Cataluña, Carmen Calvo, tienen toda la pinta de estallarle entre las manos. Singularmente, por la mesa de partidos y esa concesión de la figura del relator, que el independentismo siempre presentará como mediador. La posterior difusión de los 21 puntos de Torra no hizo otra cosa que agravar las perspectivas, porque se ignora si serán la base de negociación. La reacción de gran parte de la opinión publicada ha sido feroz, con titulares de este tipo: «Sánchez claudica», «Rendición del Estado» o «Sánchez humilla al Estado». Hacía mucho tiempo que no se leían tales improperios dirigidos a un presidente del Gobierno, si es que alguna vez se han leído. Y, por parte de la oposición política, se habló de «puñalada», de «humillación intolerable» y el dirigente del PP Javier Maroto llegó a acusar a Sánchez de «traición al país».
Si esta recepción ha sido tan funesta, lo peor para Sánchez tiene que ser lo que se está diciendo desde el Partido Socialista. Barones como Lambán o García Page no aceptan esa bilateralidad en los contactos ni los riesgos de salirse del marco de la Constitución. Una diputada del PSOE, Soraya Rodríguez, no se muerde la lengua para la crítica y pide que, cuando menos, sea consultado el partido. La totalidad de sus declaraciones indican que el presidente del Gobierno puede tener problemas de respeto en su propio grupo parlamentario del Congreso. Y el añadido circunstancial es que vienen elecciones autonómicas y gran parte de los candidatos socialistas, estén o no estén en el poder, temen que «se les ponga cara de Susana Díaz», como dice Carlos Alsina. La cuestión catalana tiene una influencia decisiva en el voto, como se ha demostrado en Andalucía.
Ahora, una vez perdido el miedo a expresarse, mucho me temo que la explosión vaya a más. Nadie querrá ser víctima de un proyecto que no comparte. En el PSOE tradicional hay mucho españolismo, mucho constitucionalismo que no se deja avasallar. Y las bases tampoco están con una política que, quizá por ser mal explicada, tanta gente empieza a considerar una rendición para conseguir que se aprueben los Presupuestos y Sánchez prolongue su estancia en la Moncloa con el afán que revela el título de su Manual de resistencia. He aquí cómo una ambiciosa operación política de pacificar las relaciones con la Generalitat puede descarrilar por defectos de forma y presentación. Y he aquí como Sánchez puede solucionar su futuro de unos meses, pero arruinar su futuro como presidente y secretario general. El contrasentido no hizo más que comenzar.