Coincidiendo con el Salón de Ginebra se anunció la elección del Jaguar i-Pace como el Coche del Año en Europa. No podía ser de otro modo, en plena fiebre eléctrica, que la industria del motor designara un vehículo alimentado única y exclusivamente por una batería de ión-litio. Echando la vista atrás es impresionante el salto dado en las últimas décadas: en 1969, hace medio siglo, el Coche del Año en Europa fue el Peugeot 504, y en España (donde también se celebraba un evento similar, con votaciones de las revistas especializadas y lectores de diarios) el elegido fue el Seat 124. Dos modelos que marcaron una época en la que los motores eran de carburación (aunque Peugeot ofrecía versiones del 504 de inyección), las transmisiones preferentemente manuales y de cuatro velocidades, el rango de potencia estándar iba de 60 a 100 caballos y los reposacabezas o los cinturones de seguridad eran considerados elementos «de lujo».
Cincuenta años después estamos empeñados en entrar en una nueva era, aunque todavía no hayamos allanado el camino. El Jaguar i-Pace es un monstruo de 400 caballos y 2.200 kilos de peso que acelera de 0 a 100 en 4,8 segundos. Tiene un cuadro de instrumentos totalmente digital, dos pantallas táctiles en el salpicadero, faros de led, cámaras de 360 grados y todo tipo de ayudas a la conducción: mantiene la distancia respecto al coche de delante, corrige la trazada y nos devuelve al carril correcto, frena en caso de emergencia, aparca solo... Con un motor eléctrico en cada eje, podemos recorrer 480 kilómetros antes de tener que buscar un enchufe, y es aquí donde empiezan los problemas, porque cuando paramos tenemos que esperar 40 minutos para recargar el 80 % de la energía (en 15 minutos puede recuperar el equivalente a 100 kilómetros, pero una vez recorridos estaríamos en las mismas). Y eso, si encontramos un supercargador disponible en una red de carreteras donde la inmensa mayoría de las estaciones de servicio carece de ellos.
Hace siete años, en el 2012, el galardón de Coche del Año en Europa recayó en un pionero, el Chevrolet Volt/Opel Ampera (eran el mismo automóvil). Un híbrido enchufable que no tuvo éxito, pero que podría ser la solución a todos estos problemas hasta que la tecnología y las infraestructuras estén lo suficientemente maduras como para hacer realidad el sueño eléctrico. El Volt tenía un modesto motor de gasolina (86 CV), pero no se utilizaba para mover el vehículo, sino que funcionaba como un generador: producía energía para alimentar el motor eléctrico cuando se agotaba la batería de ión-litio. De este modo podía recorrer más de 500 kilómetros. Comparado con un eléctrico puro, su autonomía era mucho mayor y por tanto no era necesario enchufarlo tan a menudo; y, frente a un híbrido convencional, producía la mitad de emisiones (40 gramos de CO2 por kilómetro). El Volt/Ampera no cuajó, pero los que lo compraron siguen encantados. Y con la conciencia tranquila.