Cuando un país tiene mucha historia, la historia se puede volver contra él si no supo promover una educación adecuada. Es el caso de España, que tuvo la «leyenda negra» como su incómoda compañera durante los últimos siglos. Esa leyenda, a pesar de nuestros avances, sigue vigente en una parte de Europa y en varias naciones de las que nos siguen llamando «la Madre Patria». Es como una condena sobre nuestra biografía y una de nuestras grandes dificultades para la imagen colectiva. Lo acabamos de ver en la carta del presidente mexicano López Obrador en la que demanda al rey Felipe VI que pida perdón por los abusos de la conquista y por las matanzas cometidas hace medio milenio «con la espada y la cruz».
Haríamos mal en sorprendernos por ese texto. Es extemporáneo, pero no insólito: se inscribe en el pensamiento de los movimientos indigenistas de amplia presencia en muchos países iberoamericanos. Algunas de las elecciones de los últimos decenios se han celebrado bajo ese signo y han llevado a sus líderes al poder. En el fondo de muchas conciencias existe ese trasfondo de memoria y manipulación, fácil de agitar y propagar, como corresponde a una herencia de penetración de una cultura, una lengua y una religión y a períodos históricos donde el indigenismo ha sido la exaltación primaria del nacionalismo. Pero duele. Duele mucho.
Ignoramos cuántos mexicanos piensan lo mismo que López Obrador, pero no es el único, porque su generación fue educada en la idea de la maldad española y el mito indigenista. A esa generación se le ocultó la verdad del éxito militar de Hernán Cortés, más basado en la ayuda de los grupos indígenas rebelados contra sus enemigos internos que en el heroísmo del conquistador español. Lo dicho: un problema de educación y de manipulación de la historia.
España, por supuesto, no tiene que pedir perdón de nada. Existe un consenso general en no aplicar criterios de derechos humanos del siglo XXI a acontecimientos de hace cinco siglos. Las relaciones España-México son tan cordiales, leales y abiertas, que en modo alguno requieren esa reconciliación plena de que habla Obrador. Y existen, además, verdades históricas que de ninguna manera justifican al presidente, quizá movido también por razones de política interna y por la dificultad de cumplir sus compromisos electorales.
Lo que sí es urgente es que Podemos, nuestro Podemos, analice por qué se apunta a la tesis indigenista, por qué da la razón al presidente de México y por qué se convierte en primer colaborador del retorno de la leyenda negra. Creo que el partido de Pablo Iglesias tiene una tendencia irrefrenable a ponerse al frente de toda manifestación, aunque sea contra el interés general de su país.
