La política es una ciencia de puñales. Albert Rivera e Inés Arrimadas le sacan tarde la tarjeta roja a Manuel Valls. Todavía sangran por la espalda. Ha dejado la imagen de Ciudadanos, justo en Barcelona, donde se hizo grande, por los suelos de la Rambla. Tenían que haber revisado antes de fichar cegados por el falso relumbrón el expediente de un profesional de los errores y de los cambios de chaqueta. Manuel Valls nunca dio una. Su debut en política fue a los 17 años afiliándose al socialismo francés y optando por Michel Rocard, en vez de por un tal François Mitterrand. Un genio este Valls con esa su primera elección de calado. Eran los años en los que Mitterrand se hacía para convertirse luego en mito. Estudió Historia, pero a los tiernos 20 años empieza a trabajar como asesor para políticos. No conoce otra manera de ganarse una nómina que no sea hacer pasillos en el partido. Sus fallos dentro del socialismo francés nunca cesaron. Fue concejal, vicepresidente regional, vicealcalde, diputado, alcalde, jefe de prensa de Jospin, ministro del Interior y hasta primer ministro del catastrófico Hollande. Cambió de bando tanto como Neymar se lesiona. Fue acusado de faltar gravemente a su palabra tras perder unas primarias en el país vecino. Y quiso refugiarse con Macron, pero este le gritó un no bien alto. Pero la culpa, insisto, no es de él. Su currículo para espantar a un fantasma estaba ahí. Fue a Rivera al que le cegó ese paletismo tan español que reniega de lo propio y que cree que lo bueno viene de fuera. Valls las tiene todas. Encima un primo de su padre fue el compositor del himno del Barça. Valls dice que ama el escudo culé y el del PSG. Experto en el poliamor hacia todo lo que le pueda permitir seguir siempre en las alfombras del poder. Así no le arredró el disparate de que Ciudadanos salvase la alcaldía para Ada Colau. Su objetivo era seguir en un despacho, con nómina y capacidad de mando. Hablamos de los yonquis de las cámaras, de los flashes y ahora se han juntado dos gigantes: Colau y Valls. Ambos nos darán muchos días de gloria con lo que disfrutan siendo el bebé del bautizo, el niño de la comunión, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Les encanta salir embreados en tinta de primera página y así será. Fans, no; fanáticos de la vida pública. Las únicas siglas que les preocupan son las capitulares de sus nombres.