Hay otra campaña en marcha, cada vez más relevante, y paralela a la que vemos en las plazas y en los medios. Se libra en las redes. Con vídeos y anuncios que no siempre respetan la realidad o la verdad y que en muchas ocasiones no buscan apoyos para la formación que los sufraga, sino que buscan destruir la reputación de sus rivales y crear espacios de tierra quemada.
No circulan a través de canales oficiales. En ellos los mensajes son otros. Y no erosionan a una democracia consolidada. Por ejemplo el PP ha pagado anuncios en Facebook y en Instagram como este: «El 10N si votas a Vox en Pontevedra estarás regalando tu voto a Pedro Sánchez». Y Ciudadanos lanzó una campaña reprochando a Santiago Abascal haber cobrado 300.000 euros de dinero público en los chiringuitos que ahora demoniza.
Toda esta información puede consultarse en la biblioteca de anuncios que activó Facebook como respuesta a los escándalos por las mentiras que ayudaron a la elección de Trump y del brexit. Pero ahí no sale todo. Al algoritmo que debería detectarlos le meten muchos goles. Uno por toda la escuadra fue el de la campaña «No contéis conmigo. Yo no voto», supuestamente promovida por un afín al PP, y que procuraba la abstención de votantes de izquierda bajo un disfraz de apoyo a Errejón.
La esperadísima denuncia de Más País causó revuelo, pero no logró el amparo de la Junta electoral. En este y otros casos se nota que el imprescindible guardián de la democracia trabaja sobre normas elaboradas antes de Internet, que necesitan una puesta al día como la que hizo el fútbol con el VAR. Urge. Estaría bien tenerlo antes de la próxima repetición electoral.