De la longaniza se han dicho auténticas barbaridades. Se la ha propuesto, por ejemplo, como un método válido de sujeción para animales domésticos. No sé si es un simple ejercicio intelectual o se ha probado en la práctica alguna vez, pero atar perros con longanizas, por mucho dinero que uno tenga, solo puede acabar de una manera: con un perro gordo y suelto por ahí.
También se ha insistido en que «hay más días que longanizas», y tampoco es cierto. Aunque, en este caso, depende de qué es lo que se quiera decir realmente, porque es uno de tantos refranes que se usa mal. Viene de antiguo -el marqués de Santillana lo cita en el siglo XV, «mas ay días que longaniças» ? y lo que quiere decir en realidad es que hay que ser prudente y ahorrar, porque la despensa puede quedar vacía en el futuro. Que haya acabado significando lo contrario -que no hay que preocuparse por nada porque sobran el tiempo y la comida- es un interesante ejemplo de cómo nuestra sociedad ha dejado atrás el hambre.
En lo que sí es acertado el símil es en que los días se suceden unos a otros con la matizada monotonía de la ristra de embutidos: aparentemente iguales, pero ligeramente distintos; o aparentemente distintos, pero siempre iguales -porque a veces lo contrario resulta ser lo mismo. Lo pienso, una vez más, viendo uno de esos resúmenes del año que se hacen por estas fechas, y que siempre me impulsan a escribir un artículo. Ese repaso de las noticias es como una ristra de longanizas: iguales en forma y composición, pero con pequeñas variantes y diferencias ligeras en las dosis. Siempre hay pan, cebolla, pimienta, sal… aunque nunca de la misma manera exactamente. Yo mismo he escrito durante todo el año, para este periódico, de los combates en Siria, de los atentados en Europa y África, de la tensión en el golfo pérsico, de los desacuerdos en Gran Bretaña y Estados Unidos, de los disturbios en Chile y Hong Kong. Pero mi experiencia me dice que todas esas cosas son como piezas de un puzle que, una vez encajadas, forman una imagen muy parecida a la de los demás años.
Quiero pensar que las verdaderas noticias son las que, como los peces pequeños, se escapan por el ancho de la malla. Este año que acaba, por ejemplo, en enero, los chinos lograron hacer que brotase una semilla de algodón en la cara oculta de la Luna -aunque se malograse dos semanas después. En mayo cambió la definición oficial del kilogramo. Murió el último ejemplar de una especie de moluscos que ya solo quedaba en Hawái, pero al mes siguiente apareció en las islas Galápagos una hembra de tortuga gigante de Fernandina que se creía extinguida desde hacía más de cien años. En marzo designaron a un actor de culebrones primer ministro de Perú, en abril eligieron a un actor de comedias presidente de Ucrania y en noviembre una presentadora de televisión llegó a la presidencia de Bolivia. Macedonia cambió de nombre, para ponerse otro que es casi igual. En julio, en Heroica Puebla de Zaragoza, México, se fabricó el último ejemplar de Volkswagen Escarabajo. En abril, Nepal, uno de los países más pobres del mundo, puso un satélite en órbita y desde entonces me he estado preguntando para qué.
Pero quizás todas estas historias sean también piezas de un puzle que compone la misma imagen cada año, porque la naturaleza del tiempo es tal que, incluso lo sorprendente y lo inesperado está previsto. Así que puede que al final la vida sea, en definitiva, como la variedad de longaniza que hacen en Pontevedra, la morcilla dulce de Mos: por una parte, sangre y sal; por otra, siempre, la dulzura de los higos, el anís y el azúcar.