Reconozco que combatir el muermo de este confinamiento asomándose a la serie Chernobyl, por muy aclamada que haya sido en todo el mundo, no es quizá la mejor manera de distraer las preocupaciones que a todos se nos suben estos días hasta la azotea. El bajón anímico pide estímulos chisposos (quizás por eso ha subido un 75 % el consumo de cerveza en las casas) y a la cabeciña, que non para, le viene mejor una peli de risas que una de la explosión de la central nuclear soviética en el 86. Aún así, quien caiga en la tentación de darle al play de la miniserie de HBO tendrá su recompensa. Es un producto de mucha calidad; pero, sobre todo, un espejo de este presente algo distópico: el retraso en aceptar la auténtica dimensión del desastre, las dudas sobre qué hacer con la población, la imagen exterior negativa que los dirigentes políticos pretenden evitar, la evasión de culpas por parte de quienes están al mando, la improvisación en las soluciones... ¿Les suena? Solo que la chapuza made in URSS que relata Chernobyl es ahora en nuestra vida real un virus de intereses encontrados que recorre el planeta.
«Ahora vamos a nombrar a nuestro héroe, a nuestro villano y a poner nuestra verdad, luego ya arreglaremos lo demás»: así se despacha en la serie el burócrata soviético de turno con el científico que le reprocha estar retrasando decisiones que podrían provocar una nueva tragedia nuclear en el país. Cuando se produce este diálogo solo han pasado unos meses desde la explosión de Chernobyl, con el resultado de miles de muertos y medio planeta en jaque, pero los guionistas nos hacen ver que para algunos la lección no ha sido suficiente. La Arcadia feliz en la que vivían poco tiempo atrás los 50.000 habitantes de Prípiat es ya un infierno y dos regiones limítrofes, con casi 60 millones de personas, están también seriamente amenazadas. Una de ellas, por cierto, es Bielorrusia, cuyo presidente Aleksander Lukashenko asegura que el coronavirus se muere en el vodka o en la sauna: otro que, como los Trump, Boris o Bolsonaro de hace solo unos días, se las da de héroe, nombra a sus villanos, crea su propia verdad y aparca las soluciones.
Lo del bielorruso es casi una caricatura, pero la realidad es que estos días vemos pocos líderes políticos cuyo perfil sea algo más que un simple borrador de la imagen en alta calidad que deberían mostrar. Y esto es la realidad, no un guion de HBO. Aunque a veces lo parezca.