Lo bueno de este virus es que no distingue si tienes el bolsillo lleno o vacío. O si ni siquiera tienes bolsillo. Así lo repitieron, y lo repiten, algunas lumbreras. Estaban mejor callados. Igual que el silencio le sienta genial, por ejemplo, a Miguel Bosé. Los datos y los informes tumban esa supuesta democracia universal del coronavirus. El bicho hace honor a su denominación monárquica y, a estas alturas del desastre, sabemos que, aunque en efecto todos estamos expuestos, el contagio afecta mucho más a la población desprotegida. La cadena rompe por el eslabón más débil. Es muy viejo. El virus se ha cebado con los espaldas mojadas que tenemos en España en los campos, partiéndose el lomo para que no dejemos de ser una de las despensas de Europa. Lo mismo ha sucedido en Francia, en Italia, en Alemania. En las ciudades, los brotes han atacado también en zonas más vulnerables. Es como si el bicho distinguiese perfectamente quién tiene tarjeta de crédito o un móvil de esos que con un pitido te deja sin despeinarte sin cien pavos, de los vulnerables que forman y formarán en las colas del hambre, que van a más. Tenemos colas del hambre para rato. No solo los brotes buscan como misiles con geolocalizador esas zonas más lábiles, es que además, incluso sin pillarlo, la segunda bomba de la pandemia, que es la económica, también cae en los desposeídos. El informe de Oxfam no puede ser más brutal. Decía en junio que las personas en situación de pobreza en España se podrían incrementar en 700.000 más. Decía que las personas más pobres podrían perder proporcionalmente ocho veces más renta que las más ricas. Pero los números son fríos, como una nevera. Vayamos al calor de los corazones. Contaba mi compañera María Hermida en este periódico que «cierran los clubes de alterne y a nadie le importamos nosotras». Nosotras son las mujeres que intentan sobrevivir con el peor trabajo en el peor momento de la historia. Las que no están, terminarán en las colas del hambre. Pero hasta en las colas del hambre hay problemas. Contábamos también en La Voz que los bancos de alimentos se están quedando sin productos esenciales. Necesitan más donaciones. Falta leche, faltan conservas. Dar de lo que sobra no es dar. Pero no se olviden por lo menos de hacerlo. Se lo digo a todos los que, de momento, podemos permitírnoslo. Contamos en La Voz que el dueño de un negocio ha dejado su casa y ha pasado a dormir en el local, para ahorrar un alquiler. Hay cada vez más seres humanos con las cuentas en números infrarrojos. No. Me temo que el coronavirus y sus consecuencias no son estrictamente democráticas. Algunos sufren por tener que hacer deporte con mascarilla. Otros, nuestros mayores, encogen todavía más en las residencias de ancianos, donde intentan que el bicho no se los lleve por delante. Las minorías subordinadas siempre sufren dos o tres veces más.