Solo los psicópatas no sienten culpa. En el ámbito de la psicología clínica, la culpa se define como el remordimiento o arrepentimiento sobre una acción pasada. Se trata de una emoción compleja que sienten la gran mayoría de las personas y depende de la manera en que nos evaluamos a nosotros mismos y a los demás. Tras una ruptura, por ejemplo, el reparto de culpas suele ser más importante que el de bienes materiales.
Este sentimiento aflora en multitud de conversaciones en un hospital. Sobre todo estos últimos meses. Cuando un paciente está ingresado y el familiar considera que ha podido contagiarlo, se desata un tormento de rabia, culpa, frustración y una tendencia rumiativa del tipo: ¿lo podría haber evitado? Los pacientes también expresan sentimientos de culpa respecto a no haber sido más cautelosos para evitar el contagio. En los grupos terapéuticos, los sanitarios comentan que se sienten culpables hasta de divertirse. Tampoco es infrecuente escuchar que sienten culpa por no haber salvado más vidas.
Nuestro arraigo judeocristiano nos hace asociar la culpa con un concepto religioso, mientras que equiparamos la responsabilidad con una categoría jurídica. Pero, desde un punto de vista ético y moral, ambos conceptos están estrechamente relacionados. Según la RAE, en su cuarta acepción la culpa se define como la «acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado». Esta definición se relaciona más con la culpa real, en la que soy responsable de mis actos y dicha culpa puede ayudar a restaurar un vínculo o a pedir perdón. En esta culpa real puede haber una intencionalidad de perjudicar y de hacer daño. Y si nos provoca insatisfacción con nosotros mismos, vendrá por un sufrimiento que no hemos padecido, sino causado.
Pero hay otra culpa, la falsa, que nos carga de exigencias y de reproches por asuntos que no están bajo nuestro control. Esta culpa nos provoca la necesidad de que todo tenga sentido y causa. Nos sentimos responsables de lo que objetivamente no somos. Lamentablemente, la padecen muchas personas en esta pandemia. Esta culpa se puede convertir en una amenaza porque sanciona excesivamente a quien la sufre y es injusta; sobre todo, para quienes su comportamiento ha sido mayoritariamente ejemplar. En los casos de la culpa falsa conviene ser prudentes sobre cómo se afronta el proceso del arrepentimiento.
La pregunta es cómo distinguimos una culpa de la otra. Si tomamos las máximas precauciones posibles y nos contagiamos y, a su vez, contagiamos a otros, la culpa la tendrá el virus del covid-19. De momento, no somos inmunes. Pero, si relativizamos las normas, no nos vacunamos cuando nos toca, buscamos excusas y nos lanzamos a conductas con riesgos graves, asumamos que posiblemente conviviremos con un sentimiento de culpa durante mucho tiempo. Incluso comprometeremos a otras personas, porque no estamos solos. Anticipemos si nos compensan determinadas conductas antes de dar el paso.