La mejor demostración de que la manifestación de la plaza de Colón era un acto que iba mucho más allá de siglas o ideologías la da el hecho de que allí, con el mismo y loable objetivo común de defender la igualdad de todos los españoles ante la ley, se dijeron cosas muy variadas. Unas brillantes, otras no tanto, y alguna, como la Díaz Ayuso sobre el rey, bastante torpe. Pero, de todo lo que allí se dijo, yo me quedo con lo afirmado por el escritor Andrés Trapiello. «Nadie es facha por decir hoy lo mismo que decía el presidente del Gobierno hace unos meses». En esa frase, de una lógica aplastante, se resume la absurda situación a la que se ha llegado en España gracias a la propaganda oficial.
Uno puede estar de acuerdo o no con que se indulte a unos condenados por sedición. Pero tachar de fascista a quien exige que se cumpla lo que dictamina el Tribunal Supremo, es decir, que no se puede indultar a quien no se arrepiente de sus delitos y dice que los volverá a perpetrar, da idea de la empanada mental de algunos. Como la da el hecho de que el Gobierno haya convencido a muchos votantes de izquierda de que los xenófobos y supremacistas son progresistas, y quienes rechazan su plan de imponer su voluntad al margen de lo que diga la Constitución son reaccionarios. En esa caricatura ha convertido Sánchez a la izquierda.
Pero vayamos a las fuentes, para que este comentario no se quede en simple opinión de parte. Con lo que defendía hace apenas tres años, Pedro Sánchez podría haber sido uno de los principales oradores de la manifestación de Colón. Y no de los más moderados. En 2018, cuando Torra fue investido presidente de Cataluña, dijo que se destapaban «las vergüenzas racistas del secesionismo». «El señor Torra no es más que un racista», proclamó, calificándolo como «el Le Pen de la política española». Y, añadió, por si había dudas, que el independentismo catalán es «de extrema derecha». Ese mismo año, dijo que en Cataluña «clarísimamente ha habido un delito de rebelión». Algo a lo que no llegó ni el Tribunal Supremo, que lo dejó en sedición. En el 2019, durante la campaña electoral, garantizó el «cumplimiento íntegro» de las penas por el procés. «En su totalidad», precisó en el mismo palacio de la Moncloa. E incluso prometió, obviando una vez más la separación de poderes, que él traería a Puigdemont de vuelta a España.
Con esos antecedentes, y viendo lo que sostiene ahora, solo caben dos interpretaciones. O Sánchez era un fascista hace dos años, o en este tiempo ha manipulado a los votantes socialistas para hacerles creer que su sitio está junto a los delincuentes xenófobos, y no junto a los que defienden la Constitución. Todo el mundo conoce que el PP, Cs y Vox rechazan unos indultos vergonzantes. Ninguno de sus dirigentes necesitaba acudir a Colón para que se supiera. Quizá sean socialistas como Lambán, García-Page, Fernández Vara o Susana Díaz los que deban explicar si están con lo que Sánchez defendía hace dos años y lo que Felipe González defiende ahora, o aceptan que se los sitúe, a ellos y a millones de votantes de su partido, en el bando de los xenófobos.