Los ministros socialistas del Gobierno hacen llamativas contorsiones para no pronunciar en relación con la Cuba castrista la palabra dictadura. Los de Podemos, siempre más aguerridos cuando de desbarrar se trata, niegan directamente que el régimen cubano pueda ser calificado de ese modo. Y a cuenta de este asunto, nada irrelevante para saber de verdad quién nos gobierna, se ha montado una ceremonia de la confusión, que es en realidad más fácil de resolver de lo que pretenden los implicados en el lío. Basta con recurrir, para hacer luz, a un ejercicio práctico de comparación (EPC).
Nadie en su sano juicio niega hoy la naturaleza dictatorial del régimen franquista. ¿Por qué razón? Porque sus características respondían pe por pa a las de las dictaduras que cientos de millones de personas han sufrido a lo largo de la historia: un régimen en el que los gobernantes no eran elegidos por el pueblo, que tampoco podía echarlos por medio de elecciones; no existía separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial; no había pluralismo de partidos; no estaban reconocidas las libertades y derechos propios del constitucionalismo; no había pluralidad de medios de comunicación, ni libertad de información; y las personas podían ser juzgadas y condenadas por motivos ideológicos.
Veamos qué ocurre en la Cuba castrista. ¿Elige el pueblo a sus gobernantes y puede echarlos por medio de elecciones? Nadie con un mínimo de vergüenza diría que sí. ¿Hay separación entre los poderes del Estado? Por supuesto que no. ¿Y pluralismo de partidos? El único es el Comunista, como lo fue en España la Falange. ¿Están reconocidas las libertades y derechos democráticos? Ni uno solo. ¿Existe pluralidad de medios de comunicación y libertad de información? Ninguna, ni siquiera la muy controlada que se dio en España en los años finales del franquismo. ¿Se persigue por motivos ideológicos? No hay más que ver lo que está ocurriendo ahora en la isla para saber a qué atenerse.
La respuesta a la pregunta que tanto incomoda en los últimos días a socialistas y podemitas no ofrece duda alguna: si el franquismo era una dictadura, el castrismo lo es también. Si no lo es el régimen fundado por Fidel Castro y continuado por su hermanísimo, entonces -sumo dislate- tampoco lo sería el régimen de Franco.
Lo que llama, por tanto, poderosamente la atención es que los antifranquistas de boquilla que nos gobiernan califiquen de espantosa dictadura ¡con toda la razón! al régimen vigente en España entre 1939 y 1977 y defiendan el castrismo o se pongan de perfil para evitar llamar a las cosas por su nombre. Algo terrible, que no añade ni quita nada a la definición de un régimen brutal que ha mantenido a Cuba bajo la tiranía y la miseria desde hace 62 años (24 más de los que duró el franquismo), pero que dice mucho sobre los políticos españoles que se comportan de ese modo. Supuestamente, los más progresistas, o los únicos progresistas de verdad, que ha habido en España desde 1977. ¡Ya se ve!