Creo recordar que Mariano Rajoy refiriéndose a movimientos subterráneos liderados por cierta «baronesa» que le movía la silla, dejó escapar el subconsciente con aquella famosa expresión de «vaya tropa». Pero nunca se sabrá si de verdad le movían la silla o si la silla estaba desajustada. El lenguaje político veraz ya no existe, es de bajo nivel y se limita al «tú peor» y mentiras que desvían lo real por algo que parece virtual. Es decir «nada es verdad ni mentira depende del color del cristal con el que se mira». Aquella frase tan recordada en la prensa de «Luis, sé fuerte» es un ejemplo. Para unos fue una expresión virtual, no rea; para otros, lo que quería decir a su contable es que fuese fuerte y mintiese ante la tentación de decir la verdad o fugarse a Suiza con la maleta.
La misma explicación puede tener la tan televisada y real entrevista de Aznar en su casa con mascarilla. No era para resguardarse de un hipotético contagio, imposible pues estaba en su casa, sino para representar un papel «de intocable» y desautorizar al que inquiría una respuesta, o ridiculizar a los que lo juzgan. Está claro y a la vista está, que la ley no es igual para todos ni su aplicación siempre es justa. La mentira o el disfraz que oculta la mediocridad campea a sus anchas en un ambiente que parece virtual. En algunos casos, es tan frívolo como ponerse un traje. Hoy me pongo el del PP, por la mañana el de Cs, y por la tarde cambio y me visto con el de Vox en un discurso vetusto y erróneo de acaparar banderas y patrias como burdo intento de convertir al ciudadano en un mero hooligan o súbdito. ¿Todo esto es real o virtual? Si enumeramos los problemas empezamos por el separatismo catalán promovido por una «izquierda virtual» (la alta burguesía catalana es real y de derechas pero vota con la CUP...), siguiendo por un exrey que en su día pidió perdón, pero volvió a pecar, es decir un rey virtual (un rey de verdad no debería reiterar la mentira), continuando por los que claman por una República como si este cambio no exigiese un gran acuerdo de Estado, y por último los que consideran la pandemia como virtual, «negacionistas», utilizando mal su libertad insolidaria para contaminar. Tras este análisis, creo que la demanda de más ayuda psicológica para el ciudadano es un acierto, pero se necesitarían legiones de psicólogos o psiquiatras y en la caja no quedan ni médicos de familia, real y no virtual. Lo real es que estamos ante una gran tragicomedia o un verdadero esperpento que ni la prodigiosa imaginación de Valle-Inclán podría escribir. El espectador, en este caso el ciudadano, debería ser más crítico, enfrentarse a lo real y rechazar lo virtual contaminado por la mentira. El otro camino es aceptar que España está protegida por la Virgen y por lo tanto, resignación. Ni vacunas harán falta porque Dios proveerá.