Pata de cabra

Luis Ferrer i Balsebre
luis ferrer i balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Brais Lorenzo

12 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Quería saber lo que se siente al matar a alguien, qué sabor tiene quitarle la vida a una persona». Esta es la razón que un crío superdotado de 13 años de O Carballiño le dio al psiquiatra después de machacarle el cráneo a una amiga de 14 con una pata de cabra. No sé nada del chiquillo, ni de su entorno familiar, ni si tenía patologías previas o consumía tóxicos. Expertos habrá que emitirán un diagnóstico oficial cuando se estudie el caso, pero permítanme algunos apuntes herejes a falta de más información.

 ¿Qué clase de saber buscaba este niño? No parece que fuera de esa clase de saber que anhelan los deseos particulares, aquellos que buscan el conocimiento de una pasión oculta. Más bien parece que buscaba sensaciones y saberes desconocidos orientados hacia el cuerpo, pero ¿a quién matar, con quién probar la sensación de matar a alguien? A cualquiera, a nadie en concreto, se trata de un crimen impersonal, no va contra nadie sino para curiosidad de sí mismo.

¿Quién no disfrutó de niño arrancándole las alas a las moscas? Matar te convierte en el señor de la vida y puede hacernos sentir como un dios, de hecho, el dios de Abraham mandó matar a Isaac. El animal mata por necesidad, el hombre puede matar por placer. Hay multitud de testimonios de excombatientes y asesinos que lo corroboran. Niels Högel, el enfermero asesino alemán, inyectaba a los pacientes una dosis letal de fármacos y minutos después los reanimaba aunque la mayoría morían (unos doscientos). Reconoció que lo hacía buscando emociones fuertes.

La ciencia da dos hipótesis serias para explicar el placer de matar: una psicopatológica que recurre a la personalidad sádica de un bajo porcentaje de seres humanos para diferenciarlos de la gente sana. A diferencia del psicópata, que ni siente ni padece, el sádico goza matando.

La otra hipótesis, más antropológica y evolutiva, sostiene que es el placer de activar las huellas mnémicas que existen en nuestro cerebro desde tiempos paleolíticos, en los que el homínido que somos disfrutaba del placer de cobrar una pieza. Dicen los cazadores que es más emocionante la caza mayor que la menor y para muchos, a lo largo de la historia, la más apasionante ha sido la caza humana.

Pero también habría que tener en consideración cómo se puede educar en un mundo sin autoridad ni límites simbólicos que pongan freno a la paleopulsión humana. ¿Cómo distinguir la realidad virtual de la real viviendo en una pantalla?

No sé nada de este chico, pero la explicación se esconde entre una patología borrosa y una muestra del mundo por venir del que, unos más que otros, son responsables.

Abracadabra, pata de cabra.