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Cada vez que un tribunal de justicia europeo, y ya van unos cuantos, rechaza la entrega de Carles Puigdemont a España, la causa independentista y el expresident de la república del pispás ganan simpatías, adeptos y prestigio en medio mundo. Y así llevamos cuatro años. Con los implicados muertos de risa y con la justicia española de zapatazo en zapatazo.
El juez Llarena en particular y todo lo que representa en general están convirtiendo a Puigdemont en una celebridad. Mundial. Un personaje al que admirar porque es capaz de doblar y vencer los resortes judiciales, y ya se sabe que el triunfo de los débiles sobre los poderosos siempre arranca adhesiones, desde aquello de David sobre Goliat. Y el de los líderes de la revolución de los señoritos no es una excepción. ¿Nadie se da cuenta de ello? Ni el más optimista daba un céntimo por que el Tribunal de Apelaciones de Sassari, en Cerdeña, decretase la entrega a España del prófugo sin que la justicia europea resuelva sobre su situación legal. Y pese a ello, el juez Llarena, en su empeño de mantener el esperpento, se obcecó e incrementó el ridículo pidiendo la extradición de los también fugitivos Comín y Ponsati. Vamos a empezar a pensar que se trata de una cuestión personal.
Los jueces italianos han sido los últimos, pero por el camino quedan magistrados y policías de Bélgica, Alemania, Suiza, Austria, Reino Unido, Francia, y Luxemburgo que aprobaron la actitud de Puigdemont mientras aquí nos entreteníamos en discusiones y descalificaciones hacia el Gobierno o la Abogacía del Estado y, sorprendentemente, no sobre el juez que ha ido de derrota en derrota llevando de la mano a España, a su justicia, al Supremo y al propio Estado, y deteriorando su imagen de país plenamente democrático.
Alguien tiene que decirle a Llarena y a quienes lo jalean que cese en su obsesión de perseguir inútilmente al insumiso expresident. Y a Casado, que hay que cumplir la legalidad y que, aunque gobierne, no lo va a traer a España por una oreja si respeta los cauces legales. Porque mientras aquí estamos saturados de escuchar necedades, Puchi y su manada se tronchan de risa. Y así llevamos cuatro años.