La importancia de los cafés de Viena

Cristina Gufé
Cristina Gufé LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN. ESCRITORAS

OPINIÓN

NANI ARENAS

09 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hacia finales del siglo XIX y principios del XX Viena fue un crisol de culturas que hizo posible un estallido de creatividad convirtiéndola en foco de vida artística e intelectual. Aunque todas las grandes ciudades europeas hicieron sus aportaciones y Viena quedó en ocasiones en la sombra ante ellas, no se puede negar que la capital de lo que fue el imperio austro-húngaro tiene unas peculiaridades que hacen de ella un lugar que ejerce ante nosotros una atracción especial.

Son muchos los nombres de filósofos, escritores, músicos, pintores, arquitectos, etcétera, que en esa época vivieron en Viena y desarrollaron sus obras. Algo destacable, si lo miramos desde la perspectiva actual más dada a la especialización, es que allí unos ocupaban las actividades de los otros, había una verdadera interacción. Así, por ejemplo, el filósofo Wittgenstein diseñó una casa, el médico otorrinolaringólogo Schnitzler -a quien Freud admiraba por la profundidad psicológica de sus análisis- escribía obras de teatro, etcétera. En este ambiente surgirá el psicoanálisis que va a tener tanta repercusión para la cultura en general.

Algo en común entre los creadores -según los estudiosos de este momento histórico- es la preocupación por el lenguaje, como tema filosófico y asunto de investigación, así como el reconocimiento de su importancia para la vida humana, en particular en su faceta mental y psíquica. El lenguaje y el silencio fueron los protagonistas, lo que podríamos denominar la «contemplación», cierta forma de pasividad activa y atenta. Schnitzler escribe sobre el silencio, y el psicoanálisis -heredero de la concepción no intervencionista de la medicina en Viena de la que procede Freud-, defiende la importancia de la escucha como técnica terapéutica y la curación por la palabra.

¿Qué hay mejor para contemplar el mundo que acomodarse en los cafés? En ellos, dice el escritor vienés Alfred Polgar, «se sienta la gente que quiere estar sola pero que necesita compañía». A principios del siglo XX en Viena había mucha población, no existía control sobre la vivienda, los propietarios abusaban habilitando casas demasiado pequeñas, lo que llevaba a algunas personas a trasladarse a los cafés, lugares en los que los seres humanos podían vivir porque en ellos se respiraba la cultura, formas de comunicación, hasta el punto de que en ocasiones -como dice José María Valverde- era más importante para los escritores ser reconocidos en ellos que publicar sus libros.

En los cafés se podía leer periódicos, nacionales y extranjeros, jugar al ajedrez, escribir, comer croissant -creciente, en recuerdo de la luna como símbolo mahometano dada la procedencia turca del brebaje-, recitar textos literarios, y sobre todo conversar de música, de arquitectura, de literatura o de silencio. La frase del Tractatus lógico-philosophicus de Wittgenstein, «de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse», tal vez sintetice el culto a la contemplación que podía ponerse en práctica en los cafés.

Sin estos lugares como focos de vida humana no se hubieran producido algunas de las grandes obras culturales de Europa. Tal vez por ello la Unesco en el año 2011 declara a los cafés de Viena Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.