
En este país de los hunos y de los hotros solo Europa puede salvarnos. Unamuno calificó a los hunos y a los hotros poco antes de fallecer, en diciembre de 1936. Ortega y Gasset ya vislumbró la puerta de salida al mal español, engendrado por la hidalguía y sucedido por la degradación de las élites, uno de cuyos episodios más ilustrativos fue la negación de la cátedra a Ramón y Cajal por la Universidad de Granada, en beneficio del patrocinado por el cacique doctor Calleja.
Poco ha cambiado el país, como lo acredita la reciente sentencia del Tribunal Superior asturiano, que reitera los tradicionales chanchullos para otorgar una cátedra de genética a la aspirante de la casa en detrimento de una forastera, gallega.
En este ambiente tóxico, que explica en gran medida por qué España carece de industria propia y de honores científicos internacionales, con su reflejo en el mayor paro y subempleo de Europa, no es de extrañar que modelos como Salvador de Madariaga, ilustre coruñés y progenitor de nuestra actual Unión, no merezcan la atención y difusión debidas. Honra al Instituto Universitario Salvador de Madariaga y el Instituto de Estudios Coruñeses (IEC) por mantener viva la llama de este pensador, tan odiado por el tirano ferrolano como por los potenciales tiranos revolucionarios de los hotros.
Revisen a Orwell y su testimonio en Homenaje a Cataluña. De todas las anécdotas de Madariaga, no renuncio a contar la que relata en sus Memorias de un federalista, libro que pude leer en la mocedad gracias al IEC: La Reina de Inglaterra visitó Gibraltar en 1954. Esto dio pie a que el representante del PNV en el Reino Unido impulsase una carta de felicitación a Isabel II.
Madariaga se negó a firmarla, a pesar de lo mucho que le debía a ese reino, puesto que lo consideraba una vejación a España. Formado como ingeniero en Francia, titular de la primera cátedra de español creada en Oxford —rareza inglesa, puesto que adolecía de licenciatura en letras—, diputado republicano por la ORGA —Organización Republicana Gallega Autónoma—, embajador ante la República Francesa, doblemente ministro de la II República, cofundador del Colegio de Europa, y sobre todo Premio Carlomagno en 1973, Madariaga no merece ningún congreso intelectual o universitario en su tierra. No lo merece, ya que denunciaba a los hunos y a los hotros, a los sucesores del mogollón militar y de la sopa boba eclesiástica.
¿Para cuándo un congreso, un seminario, un recordatorio popular en su tierra? Mutis por el foro. Para Madariaga no hay memoria.
No conviene.