Nos informan con frecuencia de los diversos fanatismos que han cubierto y siguen cubriendo de sangre (y de otras desgracias) los tiempos pasados y también los presentes, en distintas partes del mundo. Pero no siempre encontramos una explicación de por qué sobreviven esas viejas excrecencias de una penosa historia de la humanidad.
Basta con asomarse a un libro de historia universal para encontrarnos, sin necesidad de remontarse a etapas muy distantes, con episodios bélicos brutales, cruentos y escarnecedores. Y hay que decir que estos espacios temporales no se limitan a las dos guerras mundiales del siglo XX, sino a toda la historia de la humanidad.
¿Dónde tiene sus raíces esta plaga? Es una cuestión compleja, ciertamente. Pero el gran escritor judío Amos Oz (1939-2018) nos puso, quizá, en la mejor pista para entender algo de aquello sobre lo que estamos hablando. Porque fue él quien se planteó cómo se afronta el fanatismo (ya que la cosa suele ir de fanatismos). Y escribió: «¿Cómo curar a un fanático? Porque perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta».
Según él, «la actual crisis del mundo en Oriente Próximo o en Israel/Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. No se debe a la mentalidad de los árabes como claman algunos racistas. En absoluto. Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia».
Y añadió con magnífica lucidez: «El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo en el mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera».
Creo que la visión de Amos Oz fue (y es) tan lúcida que su respuesta es literalmente indispensable para entender nuestros conflictos de hoy, es decir, los de Afganistán, Polonia-Bielorrusia, Israel-Palestina y todos los de África, casi una docena: el de Camerún (con más de cuatro millones de personas necesitadas de asistencia humanitaria) y los de Etiopía, Mozambique, Sáhara Occidental, Sahel, Siria, República Centroafricana, etcétera, etcétera.
Cierto que en los medios de comunicación se habla preferentemente de los grandes países, mientras se retira la luz informativa de los más necesitados y más olvidados. Y esto también tiene su fría lógica, porque lo que de verdad nos interesa conocer es aquello que más directamente nos concierne y nos afecta. Y, mientras, el mundo seguirá dando vueltas, sin prestarle atención a la cura universal del fanatismo, como denunció Amos Oz. Porque el fanatismo sigue siendo hoy el gen de todos los males.