Sociedades científicas y pantalones
OPINIÓN
Las sociedades científicas tardaron en aceptar a mujeres. En el caso de la Real Academia Galega de Ciencias (RAGC), creada en 1977, solo hubo una nombrada un año después de su constitución, la catedrática de Farmacia María del Pilar F. Otero. La sociedad no volvió a abrir sus puertas a científicas y tuvieron que pasar 36 años, hasta el 2014, con la incorporación de María José Alonso y Alicia Estévez, ambas investigadoras y docentes también en la Facultad de Farmacia de la USC. Este año 2021, el 11 de noviembre, se acaba de sumar María Isabel Medina Méndez, profesora de investigación en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (IIM-CSIC), que dedicó su discurso de ingreso a las aportaciones de los productos pesqueros a una dieta saludable. Y es momento de felicitar a la academia gallega porque, aún no existiendo paridad, está mejor representada por investigadoras que la mayoría de las sociedades científicas de España e incluso de Europa.
La RAGC cuenta con cinco científicas. En el 2018 se incorporó la química Pilar Bermejo Barrera y, en el 2020, la astrofísica Minia Manteiga Outeiro. Los académicos varones suponían el año pasado casi el 90 %, con la nueva incorporación, el 85 %, una cifra que no refleja la dedicación a la investigación de las mujeres en la USC. En la histórica universidad compostelana, en la que han estudiado mujeres pioneras, sobre todo, en ciencias sanitarias, como farmacia y medicina, las investigadoras en disciplinas científicas en el 2019 eran mayoría, el 56 %, según el Instituto Galego de Estatística (IGE).
Como dato curioso, la primera mujer que se matriculó en la Universidad de Santiago lo hizo en 1896, en la Facultad de Farmacia y se llamaba Manuela Barreiro Pico, ella y la recién homenajeada por la RAGC, Jimena Fernández de la Vega, pariente de la exvicepresidenta del Gobierno de Zapatero Teresa Fernández de la Vega, que fue la primera egresada de la USC mujer, se podrían ver reivindicadas en la anécdota protagonizada por la cristalógrafa Dorothy Crowfoot Hodgink, premio nobel de química en 1964. Lo relata ella misma en una carta. «Recuerdo que estaba sentada en los escalones de la real sociedad esperando a alguien y hablando con John Bernal. Le dije que había resuelto la estructura de la penicilina. Él me dijo: ‘ganarás el Nobel por esto’ y yo le dije ’preferiría que me eligieran miembro de la real sociedad’. Él contestó: ‘eso es más difícil’».
Cuando se confirmó el prestigioso galardón de la academia sueca, los periódicos británicos titularon: «Ama de casa de Oxford gana un Nobel». En ese momento, antes que ella, tan solo cuatro mujeres de ciencia lo habían obtenido; durante el siglo XX, lo consiguieron 10 científicas.
Ante estas cifras, los varones que se sienten interpelados, dicen que cuando se habla de ciencia, no hay que hablar de sexo, sino de méritos, como si no hubiera suficiente talento entre las mujeres dedicadas a la ciencia para obtener por méritos tal galardón o sus trayectorias en investigación no cumplieran con los requisitos de excelencia para pertenecer a las sociedades científicas.
En Europa, la Royal Society de Londres admitió a la primera mujer en 1945, casi 300 años después de su fundación. París admitió a la primera en 1979.
La RAGC fue pionera en España porque incorporó a Otero antes que la Real Academia de Farmacia incluyese a su primera académica, María Cascales, o que la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales reconociese a Margarita Salas. Por cierto, la Real Academia de Farmacia, a nivel nacional, supera el 20 % de las numerarias, seguida de la de Veterinaria, pero no representa, ni de lejos, el número de doctoras, es decir, investigadoras.