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Alguien debería de comenzar a averiguar si existe burla, recochineo o dejación de funciones de nuestros mandarines en la batalla contra la pandemia del covid. De todos los que toman decisiones. Porque cuando España entra en fase de alto riesgo, con la incidencia por encima de 300, aumentan los muertes y la ocupación hospitalaria, lo que se les ocurre es decirnos que las cenas navideñas entrañan un grave riesgo y que hay que apurar las vacunaciones. Como chiste es magistral.
Viajamos en transportes colectivos atestados y con la cabeza de un desconocido adosada a nuestro cogote. Los aviones vuelan repletos con el del asiento de al lado ocupando parte del tuyo y una pierna traspasando los límites de su plaza. En los estadios, celebramos con abrazos cada ocasión de gol de nuestro equipo, que vienen siendo algo así como medio centenar en cada tiempo.
Calles y centros comerciales están atiborrados de gente, preocupada por hallar una buena oferta o por ver la mejor iluminación del mundo mundial. Y en el WiZink Center montan una pista de baile para 10.000 personas en lo que será la gran fiesta navideña. Por no hablar de los tiernos arrechuchos entre los congresistas políticos ni de los cantos corales con ballet incluido, de los conciertos musicales.
Pero el problema, según parece, está casi exclusivamente en las cenas de Navidad, que pueden agravar la situación ya preocupante. Parecen obsesionados con la hostelería, la restauración y las familias. Que tienen su importancia en los contagios, pero no la exclusiva.
Nuestros vecinos europeos toman medidas drásticas, incluso con reducción de movilidad. Nosotros somos más originales. Nuestras normas son aquí sí, aquí no. Ahora sí, más tarde no. Transporte público, sí; vuelos petados también, pero reuniones navideñas no, porque no está bien compartir mesa y mantel con quien compartes mesa, archivadores y grapadora ocho horas diarias, todos los días del año. Así razonamos en este país la batalla contra la pandemia. Instalados en la desganada y el desconcierto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de felicitarnos por el éxito de la vacunación. No se enteró de la seriedad y cordura con las que tomamos medidas. Porque de saberlo nos otorgaría la medalla a la incoherencia con distintivo rojo a la dejadez y el disparate.