El rey, los partidos y los electores

Roberto Blanco Valdés
roberto l. blanco valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

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25 dic 2021 . Actualizado a las 20:36 h.

Una vez más, el jefe del Estado ha hecho en su discurso navideño lo que buenamente puede dentro de la estricta neutralidad política que define el ejercicio sus funciones constitucionales: destacar la importancia de nuestra ley fundamental como clave de arco del orden político y de la paz social, reclamar que se le muestre lealtad —lo que significa que nadie actúe como si la Constitución no existiera ni aspire a cambiarla por medios distintos a los fijados en ella— y hacer un llamamiento a los partidos para que procuren la unidad en lugar de fomentar la división.

Ocurre que la sensatas palabras del rey chocan no solo con lo que hacen unos partidos que basan toda su estrategia en acabar con la Constitución, comenzando por la propia monarquía (los nacionalistas, que sostienen al Gobierno, y Podemos, cinco de cuyos miembros se sientan en el Consejo de Ministros), sino con el hecho de que otros (el PSOE, el PP, Vox y Ciudadanos) mantienen una lucha encarnizada por unos electores que muchas veces se solapan y que son sometidos, por lo tanto, a una presión sin tregua para que no se mueven, o lo hagan, de sus posiciones en las previas elecciones, fueran estas las que fueran.

Y es que la presente situación es muy lejana, por desgracia, de aquella en que don Juan Carlos se dirigía a una sociedad donde el PSOE y el PP (o el PP y el PSOE) ocupaban la mayoría del espacio político y social, y en que los nacionalistas que tenían relevancia (CiU y PNV) aún no habían destapado los objetivos para los que venían trabajando: sentar las bases de una futura independencia de sus respectivos territorios.

El fondo de los discursos de la Corona durante estos cuarenta últimos años es muy parecido, pero la España del padre y de su hijo es muy diferente. Y lo es porque en la mecánica que determina el funcionamiento de un sistema democrático ha cambiado la pieza esencial, que condiciona a las demás: la voluntad del cuerpo electoral. De hecho, en eso consiste, para lo bueno y, ¡ay!, para lo malo, la propia democracia: en que el pueblo es soberano y decide en libertad, para decirlo con toda claridad, lo que le peta.

Esa y no otra es la razón de que estemos donde estamos: que el mismo cuerpo electoral que antes votaba a dos grandes partidos nacionales que competían por el centro y a dos nacionalistas que no habían roto aún las reglas del juego democrático, lo hace ahora a dos partidos populistas con posiciones extremas (Podemos y Vox); el primero de los cuales quiere acabar con la Constitución, a otros dos (PSOE y PP) a los que los anteriores han forzado a radicalizarse, compitiendo no por el centro sino por los extremos, y a un conjunto de fuerzas nacionalistas, entre las que destacan sobre todas las demás un partido golpista (ERC) y otro que defiende en toda su trágica extensión la herencia de un grupo terrorista (EH Bildu).

Por eso hablar de partidos e instituciones sin hablar de votantes tiene ya poco sentido. Y por eso escuchar al rey conduce inevitablemente a la melancolía.