Con honrosas excepciones, no encuentro en el océano de opiniones, análisis y gráficos sobre lo que sucede en Ucrania una aproximación a lo que considero fundamental y, sin lo cual, todo es palabrería. En los tiempos que vivimos, hablar en términos morales basta para que a uno lo tachen de ingenuo o directamente de memo. Pero en esta guerra, al contrario del tópico, hay buenos y malos. Los malos son el criminal ruso Vladímir Putin y su títere bielorruso Alexander Lukashenko. Y los buenos, Volodimir Zelenski y los inocentes ucranianos masacrados, pero también todas las democracias occidentales, para atacar a las cuales Putin utiliza a los muertos —los ucranianos y los rusos—, como simple carne de cañón. Mercancía prescindible para lograr sus fines.
Sin que haya existido una agresión previa, Putin justifica su bárbara invasión con la imbecilidad de que quiere limpiar Ucrania de nazis y drogadictos. Con un argumento tan estúpido solo quiere demostrar que no necesita en realidad ninguna excusa. Puede hacerlo. Y lo hace. Pero no debe preocuparse, porque tiene aquí, en países que aniquilaría sin compasión si pudiera, un ejército de analistas que le hacen el trabajo exponiendo multitud de argumentos que justificarían su actuación. O que, al menos, reparten las culpas de la barbarie que se está perpetrando entre Putin y la OTAN.
A saber. Se humilló a Rusia tras la caída del muro de Berlín. Se provocó a Putin aumentando los miembros de la OTAN. Abandonamos a Ucrania a su suerte. Rusia tiene derecho a impedir que la amenazante democracia llegue a las puertas de Moscú. Lo que hace Putin solo es lo que siempre ha hecho Rusia desde tiempos de los zares.
Como ocurrió en Afganistán, la capacidad de Europa para flagelarse y culparse de todas las atrocidades del mundo es asombrosa. Todo lo hacemos mal, al parecer. Pero tratar de ampliar el número de democracias en el mundo y luchar contra los nazis de hoy no es un error. Es una obligación. El objetivo de la OTAN es «salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de los pueblos, basados en los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley». Y el de Putin es acabar con todo eso. Por tanto, presentar esto como un choque de bloques, cada uno con argumentos históricos e intereses geoestratégicos legítimos, equivale a decir que en España hubo un conflicto entre ETA y la democracia, y no unos asesinos y unas víctimas. Tener en el Gobierno a un partido (IU) que reacciona a este horror cargando contra la OTAN explica que seamos unos parias de la escena internacional y obliga a Sánchez a pensar si podemos seguir así.
Se han cometido infinidad de errores. El peor, permitir que el abastecimiento energético de la Europa democrática dependa de un asesino. Pero, ocurra lo que ocurra, hay que enseñar a nuestros hijos que en esta guerra estábamos en el bando de los buenos. Tanto si les toca vivir en el futuro bajo la bota de Putin o sus sucesores, como si siguen viviendo en el mundo libre, es necesario que lo sepan. Y que no lo olviden.