Beethoven dedicó su sinfonía número 3 a Napoleón, pero poco tiempo antes de finalizarla, su admirado estadista se proclamó emperador, detalle que al taciturno músico le hizo reflexionar y acabó tachando el título, sustituyéndolo por La Heroica y añadiendo entre paréntesis: A Napoleón, al fin y al cabo, un hombre corriente. Un hombre corriente es un ser predecible porque la inmensa mayoría somos corrientes y respondemos igual a las emociones, siendo fácil identificarse con la ambición de poder, que suele ser un afán humano generalizado. Los hombres y mujeres extraordinarios son aquellos cuya conducta es distinta e impredecible a las del común. Observando la conducta de los personajes del vodevil protagonizado por el Partido Popular en estos días, en ese juego de ambiciones, traiciones y vanidades, todos actuaron conforme a lo previsible en gente corriente, salvo Núñez Feijoo que, al contrario de lo esperable —quedarse quieto a verlas venir—, dio un paso adelante dejando a toda la tropa encantada de no tener que significarse y arriesgar posiciones e intereses; tropa que una vez vio que asumía el liderazgo, se agavilló tras él guardando la ropa en un vulgar: «Vai ti que a min dáme a risa».
La actitud de Feijoo asumiendo la responsabilidad lo señala como alguien poco corriente dentro de los malabares políticos. Falta por ver si todo obedece a una esperable ambición oculta o a una verdadera conducta heroica. Que Feijoo se vaya de Galicia es lo esperable en un político de raza. Pero lo verdaderamente extraordinario sería que fuese capaz de recomponer el partido sin aterrizar en Madrid. Si se va, cabría dedicarle un «suerte presidente» y añadir entre paréntesis: «Al fin y al cabo un hombre corriente».