Ya he contado más de una vez mi pasado discotequero. Durante algunos años muy felices, tanto que ya ni los recuerdo, ejercí la profesión de disc jockey. Lo hacía en los veranos a tiempo completo y durante los fines de semana el resto del año. Comencé a finales de los setenta. En Molino Rojo de Verín, discoteca mítica, con bolas en el techo y luces y reservado, Milucho me enseñó a distinguir las 45 revoluciones de las 33, la música disco de la enlatada, y poco a poco me fui haciendo un hueco en el panorama de los pinchadiscos. Mis veranos en Benidorm siempre se hacían cortos y, ya rondando la treintena, decidí que aquel mundo noctívago y frenético no casaba con mi mala salud de hierro.
Entonces, cuando comencé, aún sonaban The Jacksons. Llenaban las pistas. Su Échale la culpa al ‘boogie’ era uno de esos títulos que enardecía a los danzantes bajo las luces rojas, verdes, amarillas, veloces e hipnóticas. Guardo alguno de aquellos viejos vinilos. Los quiero bailar. Y me río de todo el tiempo pasado. Fue mejor, o tal vez no.
Para el actual Gobierno de España, el tiempo pasado fue peor. Lo dicen de vez en cuando. Lo que no interesa, lo ocultan. En el año 2017, el precio medio del mercado eléctrico español alcanzó los 52,2 euros por megavatio hora. Suponía un 31,49 % más que en el 2016 y su nivel más alto desde el 2008. En el 2018, el megavatio hora sobrepasó los setenta euros. A Rajoy le llamaron de todo y solicitaron su dimisión repetidamente. Eran otros tiempos. Como dije, mucho más funestos (recientemente el megavatio hora ha llegado a superar los 700 euros en una hora).
Presentaron una moción de censura contra el anterior presidente. Y la ganaron. Tocó gobernar. Desde el 2018, España no ha levantado cabeza. La culpa, al principio, era de Rajoy. Había dejado una herencia envenenada. Después vino la pandemia y se fueron olvidando de don Mariano y nuestros males, todos, se debían al maldito virus. Pese a ello, a las ocho, el pueblo aplaudía desde los balcones y las recetas culinarias pululaban en las redes. Las gentes de la cultura nos poníamos a hacer vídeos, cantar o declamar poemas. Las cifras se maquillaban. Y todo era tan triste que hasta fuimos capaces de olvidarnos de la tristeza. Nos estábamos arruinando entre ERTE y créditos ICO y deuda soberana y déficit. El virus aminoraba. Presentábamos datos de inflación y número de parados siempre (repito, siempre) superiores a la media europea. Los precios subían, también más que la media europea. Y España malgastaba y malgastaba. Había que culpar a alguien. Y en eso llegó Putin. Y le echamos la culpa a Putin. Después la huelga del transporte, y la culpa fue de la ultraderecha.
Cuando pasen la guerra y la huelga, invito al Gobierno progresista que le eche la culpa al boogie, como hacían los Jacksons. Sabremos, por lo menos, que sienten por nosotros un mínimo respeto.