Según los expertos, hybris es orgullo, soberbia, exceso de confianza en uno mismo, especialmente cuando se ostenta el poder. Es un concepto estudiado por la cultura griega y que afecta a algunos de los dirigentes políticos cuando se alejan de la realidad, de su base social, y que a menudo supone su caída irremediable.
Suele pasar cuando al mismo tiempo se combina con el efecto torre de marfil. Al pasar un tiempo en la atalaya del poder, se aíslan escuchando solo su propia voz, o lo que resulta aún más dañino, las voces de sus aduladores.
En nuestra reciente democracia todos los presidentes lo han padecido, excepto quizá Zapatero, y en todos los casos han acabado sucumbiendo a él. Nuestro actual presidente lleva ya un tiempo dando peligrosos síntomas de este dañino síndrome. Algunos ya habíamos diagnosticado su bipolaridad política, después de observar cómo pasaba del Sánchez entregado al aparato más rancio en sus primeras primarias, en las que compitió con representantes de la izquierda del PSOE como Madina y Pérez Tapias, al que surgió del golpe del comité regional de 1 de octubre del 2016.
Al sentirse abandonado por el sector que le aupó a la secretaría general, entendió que solo podía volver a ella con el apoyo popular de las bases. Así vimos transformarse al Sánchez dubitativo en lo ideológico de la primera fase en otro escorado a la izquierda en la segunda.
Volvió a tener ramalazos bipolares pasando de intentar un Gobierno con un partido de derechas como Cs a lograrlo con Podemos, apoyado por el resto de las izquierdas del Estado, más el PNV. A partir de ese instante, la influencia de su gurú de referencia, Iván Redondo, fue consolidando poco a poco una personalidad permeable al mencionado síndrome de hybris. En las últimas semanas parece que los síntomas inicialmente leves se van agravando, y lo que se percibe desde la Moncloa es que ha llegado a una situación límite, donde las decisiones tomadas son puramente unipersonales y algunas parece que poco reflexionadas.
Ten cuidado al seguir un camino que te puede llevar a ti, y a todos los que te apoyamos, al despeñadero, porque nos jugamos demasiado. Te seguimos apoyando, a pesar de dejarnos jirones de nuestra ideología en temas fundamentales como el Sáhara, o con decisiones como el envío de armas ofensivas a Ucrania.
El orgullo, la soberbia, la infalibilidad ficticia de un líder incontestable suelen provocar errores. Escucha a los demás, especialmente a los menos sumisos, a los más rebeldes, que al final son los más leales, pero especialmente escucha a la calle.
Baja de la torre de marfil, abre tus oídos a debates, lee a los más críticos desde la izquierda y procura entender que eres humano y por tanto te equivocas.
Date cuenta de que llevas una responsabilidad añadida a las habituales de tu puesto. Que si caes, nos haces caer a los demás.
Veremos…