Sucede con la vocación algo similar a nuestro estado interior en relación con los seres que admiramos: parecen inalcanzables, y desprenden un destello de plenitud que nos deslumbra. La felicidad estaría en juego, ¿y a quién no le desborda una posibilidad que hace reverencia? No está de moda hablar de vocación, apenas se usa esa palabra. Suena a algo antiguo. ¿Qué es? Se creía que guardaba relación con «la llamada». ¿De quién, de qué, hacia qué?
Los jóvenes eligen asignaturas optativas en sus estudios que les orientan hacia el futuro, pero no se habla de vocación. Ha huido. Un marasmo de niebla se mezcla con la necesidad de ganarse la vida: el dinero, el trabajo, llevan consigo toda la atención. Si alguien siente algo similar a lo que sería vocación, nos parecería un cursi; un relamido adolescente desviado de los bares, de las jornadas de playa en las que sus amigos emplean las horas. El ser humano que se debate entre las brumas de ese descubrimiento no es comprendido, porque la vocación nos va a reconciliar con el sentido de la vida y eso es algo profundo y parece pretencioso. La vocación, aunque haya sido despojada en los tiempos actuales de su anclaje existencial, nos reconcilia con el hecho de haber nacido. Hallar la vocación, luchar por ella, será como un lazo que se mantiene en nuestro interior; nos proveerá de fuerza para no desfallecer en una sociedad mecanizada.
No se diagnostica; se habla de profesión, pero no de vocación. Es una dama tenue, como el hilillo que se perdió en la calzada, al que debíamos agarrarnos en la fila exigida en la infancia cuando los maestros nos llevaban de excursión.
Todos sabemos, al llegar a cierta edad, qué actividad nos hubiera hecho felices porque posibilitaría el despliegue de nuestras potencias: y ahí está ella. ¿Quién se atreverá a decir que tenía vocación de payaso, de mago, de malabarista, de constructor de aviones sin motor, de pastor de ovejas, de religioso, de cazatalentos, de detective...? La vocación no solo depende de sí misma y de cada uno, sino de otros seres humanos, porque se proyecta hacía ellos, y ahí está la dificultad.
Sea lo que sea esta palabra indiscernible, vagando entre tinieblas, queriendo ocultarse, la reconocemos como la reina del escenario de nuestra vida y admitimos que, de haberla seguido, no hubieran sido tantos los días acumulados en lo oscuro, en la repetición de tareas a las que les falta la hondura, el brillo, la satisfacción que solo una vocación confiere.