En el 2016, cuando esa calamidad llamada Donald Trump ganó las elecciones, muchos ciudadanos estadounidenses procuraron información en Internet para saber cómo emigrar a Canadá, pero luego no hubo un gran éxodo. Ahora sucede un fenómeno similar con Twitter. Tras hacerse público que la red social va a ser comprada por el polémico Elon Musk, muchos usuarios de la «plaza pública» más influyente del planeta anunciaron que cerraban sus cuentas, recelosos de los planes del multimillonario para aumentar, a su manera, «la libertad de expresión». Posiblemente no lleguen a hacerlo.
La operación de compra tardará unos meses en cerrarse. Mientras, el fundador de Paypal y de Tesla tendrá que abstenerse de hacer críticas públicas a Twitter. ¿Sabrá contenerse? Parece difícil. Ayer volvió otra vez al centro de la controversia por este tuit: «Voy a comprar Coca-Cola para volver a meterle cocaína».
Musk es un genio. Y un provocador nato. Su perfil no parece el más adecuado para gobernar con mesura algo tan inflamable como Twitter. Habrá que ver los cambios drásticos que él y sus pretorianos implementan en una red que ha mejorado sus cifras de usuarios, pero no es una máquina de hacer dinero. Y recordar que hubo quién defendió convertirla en una fundación sin ánimo de lucro, como la Wikipedia.