Con frecuencia escuchamos decir que los seres humanos, especialmente los hombres, somos infieles por naturaleza. Pero en el mundo llamado natural el concepto de infidelidad no tiene sentido, porque el instinto determina el comportamiento sexual: siempre el mismo para los animales de la misma especie.
La sexualidad humana es diversa, pero, dentro de la diversidad, obedece a ciertas reglas. Freud descubrió que nuestro comportamiento amoroso y erótico no depende del azar. Para que una persona despierte nuestro interés sexual tiene que cumplir determinadas condiciones eróticas. En Tres contribuciones sobre la psicología de la vida amorosa estableció algunas de esas condiciones que gobiernan la vida amorosa de hombres y mujeres.
Un tipo especial de condición erótica, muy común en los hombres, pasa por la necesidad de que el objeto sexual esté degradado para que sea deseable. Esto implica una división entre el objeto de amor idealizado (normalmente como esposa y madre) y el objeto de goce (que aparece bajo alguna forma de degradación). Así, estos hombres, donde aman no desean y, donde desean, no aman. En esta lógica de la vida amorosa, la infidelidad (a menudo bajo la forma del recurso a la prostitución) es la consecuencia. Si no es posible reunir amor y deseo en la misma persona, se hace necesaria una doble elección.
También Freud sitúa como condición de deseo de algunos hombres la necesidad de que la mujer muestre interés por otros hombres, o sea infiel. En este caso la infidelidad, o posible infidelidad, es la condición erótica que moviliza el deseo. Aquí la condición de amor incluye la pasión de los celos. Del lado femenino, el carácter secreto de una relación puede cumplir una función similar a la degradación del objeto amoroso en el hombre. Así, el goce de la infidelidad se vincula al goce del secreto, del carácter secreto de la relación.
Pero hay otro empuje a la infidelidad femenina. Pocas cosas pueden ser más insatisfactorias para una mujer que vivir con un hombre totalmente satisfecho. Es decir, sin deseo. En ese caso, recuerden a Madame Bovary (el personaje de Flaubert), tendrá que ir a despertar el deseo a otros lugares para que no se extinga su propio deseo.
Vemos entonces que no hay «la infidelidad», hay infidelidades (las descritas solo son una muestra). Y también hay modalidades masculinas y femeninas de ser infiel. Aunque, esta es la paradoja, también los infieles, como todos, son monógamos en su rasgo de elección erótica. Siempre se elige lo mismo y de la misma manera. Hasta el modo de ser infiel.