Iban un alemán, un francés y un italiano en un tren… ¿Cuántos chistes con un inicio similar hemos escuchado y contado a lo largo de nuestra vida? Chascarrillos y tópicos de una España que comparaba sus defectos con los de sus vecinos. Hoy, 34 años después de la incorporación a la Unión Europea, antes CEE, las cosas han cambiado, y mucho. Pero, al margen de la valoración que hagamos de nuestra membresía, los acontecimientos de los últimos tres años han transformando la relación de los países europeos con nuestro entorno. Estos cambios no solo derivan de la pandemia, cuyas secuelas todavía padecemos a nivel personal, social y económico, sino, sobre todo, por la invasión de Ucrania.
Algo impensable o, al menos, harto improbable hasta hace unos pocos meses, como es el viaje en tren del presidente francés, Macron; el canciller alemán, Scholtz; y el primer ministro italiano, Draghi, a la capital ucraniana para visitar al presidente Zelenski, se ha hecho realidad. Un viaje que nos ha dejado la inusual imagen de una reunión informal de los tres mandatarios en un vagón. Esta visita de apoyo a Ucrania, así como su respaldo a su candidatura para entrar en la UE, se ha dado de bruces con un baño de realidad, no solo por el recorrido por la devastada Irpin, sino porque Zelenski no ha dudado en reprochar a Macron su tibieza frente a Putin y a Scholtz su lentitud en reaccionar.
Y con razón. Ucrania solo está recibiendo el 40 % del armamento que necesita para frenar a Rusia y la lucha por el Dombás cada vez se parece más a la estrategia de la Primera Guerra Mundial. Y ya sabemos cuánto se prolongó y cuántas vidas se llevó por delante. Además, pese a las buenas intenciones, esta visita le ha servido al expresidente ruso Medvedev para burlarse de los «europeos comedores de ranas, salchichas y espagueti» que se han reunido para nada. Y, a la vista de los pocos resultados efectivos, quizás los chistes no estén tan pasados de moda.