Volver a infantilizar la infancia

Ricardo Fandiño Pascual DOCTOR Y PSICÓLOGO CLÍNICO. COORDINADOR XERAL DE ASEIA (ASOCIACIÓN PARA A SAÚDE EMOCIONAL NA INFANCIA E NA ADOLESCENCIA)

OPINIÓN

Ana Garcia

24 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Termina estos días el curso escolar, en el que la salud mental de los adolescentes ha pasado a tener una importante relevancia social. Tanto los datos de estudios nacionales e internacionales como las impresiones de profesionales de los ámbitos clínico y educativo alertan sobre un incremento en los casos de ideación y conducta suicida, autolesiones, trastornos de alimentación y, en general, psicopatologías de base ansioso-depresiva que ocurren a edades cada vez más tempranas.

Situar la causa de esta realidad en la pandemia no deja de ser una simplificación que sirve para silenciar debates de mayor profundidad en los que debemos implicarnos. No podemos ignorar que la propia OMS venía advirtiendo sobre una clara tendencia al incremento de problemáticas en salud mental infanto-juvenil mucho antes de que el covid-19 entrara en nuestras vidas. Tampoco es clarificador poner el foco en la adolescencia como principio y fin del malestar psíquico, sin tener en cuenta la lógica del proceso madurativo; estos adolescentes que hoy padecen psicopatologías, hace bien poco fueron niños en los cuales empezaron a sentarse las bases de su actual malestar.

La infancia, entendida como etapa evolutiva donde adquirimos los rudimentos de nuestra identidad, formando un concepto de nosotros mismos y una autoestima suficientemente sólida para afrontar el reto de la adolescencia, ha ido mutando en nuestras sociedades. Los niños de hoy están sometidos desde muy pronto a una exigencia social de éxito. Destacar, ser reconocidos y celebrados por sus iguales, se ha convertido en un mandato inconsciente en su día a día. Son sujetos productivos de resultados académicos, con múltiples actividades extraescolares, participan en competiciones deportivas que son imitaciones en forma y fondo de aquellas en las que participan los adultos, admiran a los «pequeños talentos» cuyas hazañas se celebran en la televisión, y se interesan por la moda como forma de atraer la atención de los demás, particularmente las niñas, donde se constata una temprana erotización. Ser popular entre sus amigos y compañeros es un objetivo para los niños y niñas de hoy, alentados por adultos que ponen en ellos la esperanza de un éxito que se haga extensible a toda la familia.

Desde Aseia hace años que diseñamos un programa para la prevención del acoso entre iguales, A mirada do outro, dirigido a alumnos del segundo ciclo de secundaria. La demanda de los institutos hizo que el programa comenzara a implementarse en el primer ciclo de la ESO y actualmente son ya los centros de primaria los que solicitan estas intervenciones para tercer y segundo ciclo. Lo que se pensó como un programa para favorecer el desarrollo de la empatía, las habilidades psicosociales y la inclusión de la diversidad a los 14 y 15 años es hoy una demanda para niños de 8 y 9 años. Esto quiere decir que los docentes identifican con preocupación dinámicas de exclusión en los grupos de iguales que comienzan cada vez antes, en edades en las que los niños no tienen la capacidad yoica ni las habilidades sociales suficientes para manejarse en procesos donde su autoestima está en juego. Como consecuencia de todo ello, los niños son frágiles emocionalmente cuando llegan a una adolescencia cada vez más prematura y exigente. Todo ello en un contexto de digitalización de las relaciones sociales que nos obliga a adaptarnos a un nuevo paradigma en el que está por introducir toda una perspectiva ética y saludable.

Si estamos preocupados por la salud mental de los adolescentes, además de reclamar más profesionales, más programas de prevención comunitaria y más trabajo en red, debemos trabajar socialmente para volver a infantilizar la infancia; recuperar un tiempo madurativo donde lo importante no sea el éxito, sino la exploración del mundo acompañados por la mirada y la palabra de adultos que los guían, sin exigencias productivas ni necesidad de popularidad. Un tiempo para crecer, aprender y jugar con la seguridad de que van a ser aceptados tal y como ellos son. El verano que comienza es una buena oportunidad.