Nadie quiere ser proletario, y con razón
OPINIÓN
Si preguntas en el bar qué es una prole, igual te sorprendes. El diccionario dice que prole es el linaje, hijos o descendencia de alguien. Pero ya no se lee ni a Orwell: Hope lies in the proles (la esperanza descansa en los proles). La nomenclatura apparatchik retratada en 1984 era infecunda. Decía amar a la humanidad, aunque odiaba al humano. Como Platón, los filósofos —la clase dirigente— no van a perder su precioso tiempo limpiando mocos.
Soy fan de Mommsen. Nadie se acuerda de él, a pesar de ser premio Nobel por su Historia de Roma. Si se leyera con criterio, alguno sabría que el proletariado no es un invento marxista. Como buen romanista, Marx se inspiró en los proletarii de la Res publica para definir su proletariado. ¿Y quiénes eran? Pues los ciudadanos más modestos y sin propiedades. Lo único que tenían eran sus proles. No podían pagar su equipamiento militar y ni siquiera eran admitidos en las legiones. Hubo que aguardar hasta Gaio Mario, siete veces cónsul, para superar ese estigma cívico.
Pues bien, los proletarios lo eran por el natural impulso de apareo que traemos de fábrica. Después, el emperador Augusto se percató de que los más afortunados eran menos fecundos que los proletarios, por lo que impulsó la lex Iulia de maritandis ordinibus y la de adulteriis coercendis. Nada consiguió, entre otras cosas porque ni él ni su hija Julia predicaron con el ejemplo, como tampoco los patricios. ¡Ay, la ejemplaridad, qué exótica! Julia fue desterrada por Augusto a la isla Pandataria, la actual Ventotene, tan querida por los que somos europeístas como Spinelli, Ursula Hirschmann, Rossi y Colorni, allí concentrados por el fascismo.
Hoy, patricios y burgueses también tienen mejores cosas que hacer que procrear. Los demás, ¿por qué van a ser proletarios? Sería estúpido por su parte, pudiendo evitarse. Nadie se lo reconocerá ni agradecerá. Como mucho le darán una pequeña compensación que no cubre ni la décima parte del coste de la crianza hasta la emancipación económica del hijo. Y si eres mujer, peor. Así que, entre todos, vamos camino de Progeria, ese mítico país sin paisanos donde ser joven será un castigo. Progeria mori, Progeria se muere. De ahí que aspiren a huir de Proxeria. Sin nacimientos ya no habrá nación, ni patria, ni matria, ni fraternidad. Tales palabras serán significantes vacíos. Aunque, tal vez, a alguien se le ocurra instituir la «jornada del mérito proletario», coincidiendo con el inicio de cada primavera. La esperanza sigue estando en los proles y Orwell adoptó un huérfano para reconciliarse con los humanos.