No los llevaron a visitar chabolas, cloacas, suburbios. Se ocuparon de que la ciudad reluciese entre sus avenidas bien dispuestas para una excepcional circulación. No debía parecerse Madrid al Nueva York de Whitman, al Dublín de Joyce, o a la Lisboa de Pessoa. Madrid buscaba su mejor expresión. Así, cuando los mandatarios de los países en la cumbre de la OTAN hablaban de guerra —sin olvidar bromitas que son capaces de generar crisis diplomáticas—, sus esposas disfrutaban de la cultura.
Se extasiaban con Velázquez, Goya, música representativa —olvidando sardanas, muiñeiras, etcétera—. No acudieron al circo, lo vivían en directo; al parque de atracciones, nítido ante los ojos. Era la mejor manera de mostrar la belleza de España. Las trasladaron al Prado, a la Granja de San Ildefonso; se deleitaron con la gastronomía. Mientras, otros seres humanos arriesgan sus vidas y la pierden solo porque quieren comer o criar a sus hijos sin las amenazas imposibles de contener en un universo social diseñado por dementes.
No solo las fotografías daban cuenta de la desigualdad entre hombres y mujeres. Nos resultaría difícil imaginar lo contrario: ellas reunidas a ver cómo arreglárselas para salvaguardar los intereses, y ellos solitos leyendo versos de García Lorca, contemplando el Guernica o Las Meninas. Esto también sucede en los eventos culturales. Suelen estar repletos de mujeres mientras los hombres se dedican no sabemos a qué, pero lo curioso es que las decisiones están en sus manos. Dicen que las mujeres son las más lectoras y otras concesiones, pero son ellos los que dirigen las élites culturales más cerradas que las castas de la India. Algunas mujeres cuando alcanzan poder los toman como ejemplo —tan profunda ha sido su influencia a través de siglos—. Los que causan las guerras son ellos, los que no las detienen son ellos. El «simpático» Boris Johnson dice que si Putin fuese mujer no la habría declarado; puede ser, y si él lo fuese habría elegido un mejor peluquero.
Hasta el representante de la oposición política tuvo la gentileza de felicitar al Gobierno por la buena organización de la cumbre, pero no recordamos a los que pasan hambre. La vanidad nos llega al cuello. El mundo es el teatro de las mentiras. Los niños se desangran al ver a sus padres partir a contiendas incomprensibles, los habitantes de África nadan hacia ningún puerto o saltan vallas hasta alcanzar la nada.