Ancho de vía

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

04 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La Comisión Europea quiere unificar los anchos de vía de la Unión, al menos en las rutas de ferrocarril más importantes, y en Finlandia hay una polémica al respecto. Allá tienen un ancho de vía mayor, y cambiarlo les parece a algunos una oportunidad y a otros una molestia. Yo sigo el asunto con curiosidad.

El ancho de vía siempre me ha interesado, porque es uno de esos alfabetos en los que uno puede leer la historia y la geografía. El ancho finlandés, por ejemplo, es la herencia de su pasada pertenencia al Imperio ruso, que la era soviética extendió (con alguna ligera modificación) a los países de su órbita, como Ucrania, que ahora se ve obligada a volar sus puentes ferroviarios para impedir que los crucen los trenes militares rusos. Polonia, en cambio, no tiene ese problema, porque los nazis rehicieron buena parte de sus vías en la Segunda Guerra Mundial con el ancho estándar europeo; otra cicatriz de otra herencia terrible.

Esa discrepancia de los anchos de vía nos habla de los odios actuales entre países, como las vecinas Etiopía y Eritrea, que tienen medidas distintas; o de los resultados de viejas disputas, como la extensión del ancho de vía de los estados del norte de Estados Unidos a los del sur después de la guerra de Secesión. Se preservan viejas uniones ahora rotas, como el ancho de vía común a las dos Irlanda; o se atestiguan los antiguos límites coloniales, como en los distintos anchos que hay en Borneo o en Nueva Guinea. A veces reflejan necesidades muy concretas, como la vía sueca del ferrocarril finlandés en el norte para poder importar acero; o errores políticos, como el ancho insuficiente de los trenes subsaharianos, producto de una moda pasajera en ingeniería y que les ha dejado con un ferrocarril ineficiente para transportar su mineral. En Centroamérica creo que hay hasta seis anchos de vía distintos; y en Sudamérica, Colombia tiene uno diferente al de Venezuela, ambos distintos al de Brasil, que tiene el mismo que Bolivia, pero no al de Argentina, que prefirió el ancho español o ibérico, que es mayor que el estándar internacional.

Precisamente, se oye decir a veces que ese ancho español se estableció también para prevenir una invasión desde Francia, pero, en este caso, no es así. Más bien fue que los ingenieros entendieron que para un país tan montañoso iban a ser necesarias locomotoras más potentes. Y esa singularidad me permite a mí uno de mis pequeños placeres detectivescos, que es el de deducir cuándo una película ha sido rodada en España fijándome en el ancho de vía. Por ejemplo, en la mítica escena de la voladura del ferrocarril en Lawrence de Arabia es evidente que la locomotora, supuestamente volcada en Arabia, tiene el eje típico del ancho ibérico. Y en el largo viaje en tren de Doctor Zhivago, si uno está atento, verá cómo el ancho de vía va cambiando según la escena se rodase en España (las estaciones), en Canadá (las llanuras) o en Finlandia (los bosques).

Ahora se tiende a que vayamos todos hacia el estándar internacional, que era originariamente el inglés del siglo XIX. Se dice que se adoptó porque era la medida de las diligencias, que tenían la medida de los caminos, que a su vez la habían heredado de las viejas calzadas romanas, las cuales se hacían a partir de las dimensiones de un carro de guerra, que por su parte eran las de las ancas del caballo. E, independientemente de lo que haya de verdad en esa historia, siempre me ha parecido simpática esta idea: que, dos mil años después, sigamos viviendo condicionados no ya por la cultura de Roma, sino incluso por el trasero de sus caballos.