Hacía muchos años que no leía un libro tan perturbador. Me lo recomendó un amigo sin explicarme por qué pensaba que me iba a gustar. Cuenta la historia de un periodista decisivo en la historia reciente de Cataluña, Alfons Quintà (1943-2016), primer delegado de El País y el director que puso en marcha TV3, la televisión autonómica. Sus peripecias profesionales en los mundos del periodismo, la política y la cultura me interesaron mucho menos que la atormentada personalidad que los protagonizó. Parece que el autor, Jordi Amat, pretendía exactamente eso, a juzgar por el título que decidió ponerle al libro: El hijo del chófer (Tusquets). El padre de Alfons, Josep Quintà, era el chófer del escritor Josep Pla, quien también se apoyaba en él para labores de mensajería e intermediación con su círculo de influencia política y cultural. El chófer abandonó pronto a su mujer y a su hijo para dedicarse a Pla y a mujeres que no eran la suya. El del hijo no fue un abandono total, siguió ocupándose de él, pero no como cualquier hijo querría. Alfons nunca se recuperó de ese desgarro. Pese a la inteligencia del crío, su padre tuvo que recurrir al cinturón y a amigos que lo aprobaran. La relación que se estableció entre ellos adquirió matices extraños, crueles y obsesivos, que se proyectaron también en sus relaciones con las mujeres: violentas a menudo o, como mínimo, abusivas o desconsideradas. Aterradoras siempre. Le esquivaban antes o después, si podían. La última le abandonó también, pero regresó para atenderle porque estaba solo y muy enfermo. Ya restablecido, ella quiso irse de nuevo. Pero la mató de un tiro y luego se pegó otro. Seguía siendo el mismo niño abandonado por su padre.