El próximo día 25 tendrá lugar la celebración en esta parte del mundo de la fiesta anglosajona del consumo, el viernes negro o Black Friday, que desde los Estados Unidos ha crecido por todo Occidente desde el lejano 1869, extendiéndose como una mancha de aceite. Es una de las mas recientes implantaciones comerciales que desde los grandes almacenes norteamericanos Macy's y el legendario Sears, llegó a España como llega Santa Claus a Holanda, preludiando las compras navideñas.
La jornada del desenfrenado consumo se extiende desde la noche del viernes después del día de Acción de Gracias y dura toda la jornada, aunque en España se extiende hasta una semana. El día de Acción de Gracias es la fiesta familiar por excelencia, incluso mas importante que la Navidad y donde las familias se reúnen en torno a un pavo asado que preside la mesa. Nuestra tradición culinaria reserva el pavo para Navidad.
Este año se avecina un cierto alicaimiento en las ventas del viernes negro, no está el horno para bollos y la inflación española marca el paso que anticipa el desfiles de Reyes, y ya no digamos la caravana celestial de Papa Noel, incapaz de ofrecer a los niños españoles los regalos de la crisis.
En esta ocasión, el Black Friday traerá más sombras que luces, llegará casi parejo al encendido urbano de las navideñas luces de la ciudad. Y antes de que el retablo de las maravillas de los fastos navideños concluya, con la amenazante cuesta de enero que por fuerza sucederá el actual trimestre negro, donde ya se ha realizado el ajuste, la merma de la cesta de la compra, a la vez que racionalizamos el consumo del prohibitivo gasoil, y se teme como un nublado que llegue el implacable frío invernal y no se permita encender las calefacciones a precio de oro.
Nos hemos convertido en un país de pobres, mientras crecen sin parar los ricos. No es precisamente una contradicción, aunque pueda parecer un sinsentido. El viejo mundo está creciendo a la sombra de los black friday, de los muchos viernes negros como aquel fundacional que provocó la ruina de miles de ciudadanos norteamericanos cuando dos agentes de bolsa intentaron acaparar todo el mercado del oro, al que arruinaron por la nueva y especulativa fiebre aurífera.
Ahora, cuando faltan menos de dos meses para la Navidad, muchos de los viernes que se exhiben en los escaparates y en los muestrarios de internet son, más que nunca, viernes negros.