Se preparaba un conflicto entre gigantes digitales. El casi siempre polémico Elon Musk sacó, a lo Pancho Villa, su fusil contra la Apple del tranquilo Tim Cook. Por varias querellas relacionadas con su turbulenta adquisición y reconversión de Twitter.
La primera, y la más ruidosa, era que la compañía de la manzana hubiera reducido su publicidad en la red social. Los fabricantes del iPhone hicieron lo mismo que otros grandes anunciantes: recelar de los vaivenes del sudafricano y ante hechos como la devolución de la cuenta a Trump. Un símbolo de la apertura de autopistas para bulos bajo el disfraz de «libertad de expresión».
La segunda, y más relevante, aludía a las jugosas comisiones que se lleva Apple por las compras que hacen los usuarios en las aplicaciones distribuidas en su tienda. Musk dijo que habían amenazado con retirar a Twitter de la App Store. Y encontró la solidaridad de otros gigantes como Spotify o Epic Games. Los padres de Fortnite libran por ese asunto una formidable batalla judicial contra la compañía de la manzana. ¿Iba a repetirse?
Cook fue diplomático. Invitó al sudafricano a la sede de Apple. Hablaron cara a cara y tuvieron una «buena conversación». Se produjo la desescalada. El magnate tachó todo de «malentendido». La crisis quedó aparcada, pero sus motivos últimos siguen ahí. Y Musk volverá a la carga. ¿Contra Apple? Y contra quién no le baile el agua. Por su carácter y por sus intereses, con él no sirve el apaciguamiento.