El confinamiento y el miedo al contagio por el covid-19 aceleraron los pagos con dinero digital. Las retiradas de billetes se desplomaron, mientras las operaciones a través deTPV se dispararon. Los jóvenes crecen en un entorno digital presidido por el teléfono móvil y no usan efectivo. La economía informal de profesionales, comercios, bares, talleres…, se ha reducido al escasear los ingresos en metálico que permiten declarar menos facturación a Hacienda. El pago digital ha arraigado y se mantiene en la actual fase menos agresiva de la pandemia. La pequeña evasión fiscal ha cogido covid permanente.
El mejor síntoma de la debilidad posvírica de la contabilidad B es el aumento que registra la recaudación de Hacienda. Todavía no están vigentes los proyectados impuestos sobre grandes fortunas, empresas energéticas y banca, y los ingresos tributarios del Estado, durante los primeros nueve meses del año, han crecido un ¡16,4 %!, muy por encima de la inflación, sobre todo gracias al IVA. Como consecuencia, se ha reducido un 63,5 % el déficit público, la mayor debilidad de nuestra economía. Hasta septiembre del 2022 se ha quedado en el 1,6 % del PIB, en el 2021 había sido del 6,87 % y en el 2020 del 10,13 %.
La crisis trajo la necesidad de ayudar a las empresas y de proteger a los más desfavorecidos, afortunadamente también impulsó la reducción de la economía sumergida, lo que ayuda a financiar el esfuerzo. Ha tenido suerte el Estado, aunque el Gobierno querrá imponerse medallas. Lo hacía la vicepresidenta Calviño el domingo en este periódico cuando analizaba el fuerte aumento de ingresos fiscales y lo achacaba, entre otras razones, a que «…hemos seguido, en estos años, políticas para aflorar la economía sumergida y luchar contra el fraude y la evasión».
Estamos ante una gran prueba de las enormes ventajas de eliminar el efectivo, como están en proceso de realizar algunos países (Dinamarca, Noruega, Suecia y Australia). Seguimos teniendo una economía informal demasiado grande que propicia el subempleo y la inmigración ilegal y reduce la recaudación necesaria para, por ejemplo, hacer viable el sistema público de pensiones. La dependencia del efectivo es total para la mayor parte de los criminales (tráficos de personas armas o drogas, robo, estafa, corrupción, terrorismo…) La mejor prueba de la potencia que mantiene la «energía oscura» del papel moneda es que el valor de los billetes de euro en circulación no ha parado de aumentar, a pesar de que la gente honrada los usa mucho menos. En el 2022, cuando las retiradas de efectivo en bancos y cajeros se desplomaron en torno al 50 %, el valor de los euros emitidos por nuestro BCE creció un 10 %.
Deberíamos programar una eliminación progresiva de los billetes, como hacen los países citados. No tiene sentido que la UE sostenga el único medio de pago que solo es imprescindible para los que viven de la delincuencia y la evasión y que, además, es el más caro de gestionar.