Tanto es liberal el tolerante o el promiscuo como el partidario del liberalismo, doctrina que postula la libertad individual en lo político, la iniciativa privada en lo económico y la ínfima interferencia del Estado en la vida del ciudadano. En época de Franco nadie se declaraba liberal, porque pasaba a ser enemigo del régimen. En la Transición los liberales montaron partidos bisagra, con escaso éxito. Hoy toda la derecha se dice liberal. Hasta la democracia se define como una democracia liberal.
El individualismo es la esencia del liberalismo, pero lo edulcoran. En el plano político, los liberales admiten un Estado que proteja la propiedad privada y garantice las libertades civiles frente a los populistas y nacionalistas. En el plano social acaban asumiendo casi todo: derechos humanos, derechos reproductivos, separación Iglesia-Estado, igualdad ante la ley, incluso legalización de la marihuana, siempre que los demás asuman sus premisas económicas. En época de crisis aceptan la economía social de mercado porque les conviene, pero son partidarios del mercado libre y de un Estado minimalista que, con poco cargo y funcionario, poco gasto oficial y poca empresa propia, evite el monopolio público e incentive la competencia privada. Critican a Keynes, pero no renuncian al Estado de bienestar. Identifican ortodoxia fiscal con bajada de impuestos, para animar la oferta-demanda.
En España el voto se divide a partes iguales entre liberales y no liberales. Para evitar la polarización social, cabría un pacto fiscal, mediante consenso, cuya medida estelar fuese la supresión de impuestos a todos los que acreditasen su voto a partidos liberales.
En la misma mesa electoral se les daría un justificante de voto que les permitiría no declarar a Hacienda y descontar el IVA en tiendas de comerciantes también liberales.
Eso sí, tendrían los liberales que pagarse íntegramente, a precios corrientes, los servicios de sanidad, educación, mantenimiento urbano, seguridad y defensa.