Para alguien que se pasó las noches de los viernes de su primer curso universitario (padres, no leáis esto) gritando canciones de Shakira subida a un bafle de la discoteca Camelot de Salamanca, el último tema de la colombiana es una cuestión personal (al margen de que se haya convertido, casi, en una cuestión nacional). Shakira nos acompañó a mis amigas y a mí en enamoramientos, desenamoramientos, ilusiones, decepciones, flirteos, conquistas y huidas... en definitiva, en eso que se llama vida sentimental. Si algo iba mal, cantábamos «Bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste y testaruda» y nos parecía que todo iba mejor.
A muchas nos cambiaron por un Twingo, por un Casio y hasta por coches y relojes con mucho menos encanto, incluso sin batería y sin pilas. Otras veces éramos nosotras las que no acabábamos de estar cómodas en el asiento del Ferrari o nos incordiaba el Rolex cuando teníamos que fregar los cacharros, así que decidimos elegir, qué se yo, un Ibiza y un Swatch de colorines.
Pero volvamos a la nueva canción de Shakira. Me quedo con la frase en la que le recomienda a su ex que entrene el cerebro y con todas las que le sirven a ella para reafirmarse, para quererse, para sentirse más grande, más fuerte. Y aunque la comprendo —todas las conversaciones de aquellas noches universitarias sobre los recambios de nuestros novios, novietes y rolletes eran políticamente incorrectas e imperdonablemente machistas—, una cosa que tendría que tener clara Shakira es que, por mucho que le tenga ganas a la nueva pareja de Gerard Piqué, en realidad el Twingo (o el Casio) era él. Con perdón para el Twingo (y para el Casio).