Más allá de todo tipo de discusión académica y filosófica, en la que expertos de diversas ramas del conocimiento estarían encantados de participar, la mayoría de los juristas afirmarán, sin lugar a dudas que, cada uno de nuestros derechos y cada una de nuestras libertades llegan hasta donde colisionan con los de los demás. Este razonamiento inicialmente tan claro, preciso, e incluso, si me permiten simple, alcanza altísimas cotas de complejidad cuando se tratan de establecer las fronteras. Creyendo firmemente, como creo, en la libertad de opinión, creencia y expresión, también defiendo el derecho a respetar las opiniones, creencias y expresiones de los demás. ¿Hasta dónde puedo llegar? Pues hasta donde, la verdad, el respeto a la dignidad y al honor me permitan llegar. No todo vale con tal de alcanzar notoriedad o lograr muchos «me gusta» en las redes sociales, como tampoco pagar ingentes cantidades de dinero para obtener los fines que nos interesan. Porque, las palabras pueden ocasionar daños irreversibles si se escriben, dicen o leen de manera irreflexiva e insensible. No se trata de censurar o autocensurarse, sino de utilizar el sentido común.
Por el contrario, resulta curioso que algunas conexiones altamente sospechosas no sean puestas de manifiesto con la claridad que merecen. La trama de corrupción en el Parlamento Europeo por la cual algunos altos cargos recibieron «presuntamente» importantes sumas de dinero para abogar a favor de los intereses de Catar y Marruecos, se está silenciando más de lo que debiera. Sobre todo, cuando la Eurocámara aprobó hace unos días una resolución crítica con Marruecos con el voto contrario de los socialistas españoles. Inquieta pensar que, el cambio en la política del Gobierno español hacia el pueblo saharaui esté conectado con el rechazo a condenar la falta de respeto a los derechos humanos por parte de Rabat. Un silencio ensordecedor cuando tanta falta hace restablecer y reconducir para recuperar algo de respeto y credibilidad.