Elogio de la intolerancia

Nieves Lagares
Nieves Lagares Diez MIEMBRO DEL EQUIPO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO

OPINIÓN

Gustavo Valiente | EUROPAPRESS

24 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez disfruto menos escribiendo, cada vez me resulta más difícil encontrar las palabras con las que nadie pueda sentirse ofendido, cada vez siento más lejano expresar con mi relato los límites que desearía para mi libertad. Y lo peor es que cada vez que comparto con unos y otras esta ausencia de libertad encuentro en todos ellos la misma sensación de angustia ante la palabra incorrecta, la expresión desacertada o el pensamiento descalificado.

No se trata solo de incorrección política, se trata de verdadero pensamiento único que estigmatiza todo lo que se separa del credo, en la derecha, en la izquierda, en las derechas y en las izquierdas, fórmulas irreconciliables, incapaces de encontrarse, de llegar a acuerdos, de generar confluencias desde la diferencia.

Porque es la diferencia lo que hace singulares las organizaciones políticas, lo que hace particular cada target de votantes, y cuando esa diferencia desaparece, como en Ciudadanos, nuestros votantes dejan de ser nuestros, y se reubican en marcas políticas más identificadas, con las que tienen mayor vínculo emocional e identitario.

La ampliación del sistema de partidos en los últimos años en España ha hecho que la diferencia se convierta en el argumento de supervivencia de las organizaciones y de engagement de los votantes, mientras aún la identificación partidista es excesivamente débil.

Y a medida que nos refugiamos en nuestra diferencia, hacemos de la diferencia el germen de la intolerancia del otro, para que también su diferencia sea insalvable, para hacer más difícil el tránsito de un votante de un partido al otro. Y ahí es donde Podemos no puede ceder nada en la ley del solo sí es sí, porque si lo hiciera no se diferenciaría del PSOE, porque precisamente no tolerar el encuentro del PSOE con el centro político vincula a sus votantes.

La intolerancia se ha convertido en un aspecto que los ciudadanos valoran en la política, cómo sino podríamos estar jugando de este modo con la vida de niños y niñas trans, con cientos de familias diversas que tienen que tomar soluciones diferentes, que nadie quiere más a sus hijos que ellos, y que en vez de acompañarlos y darles facilidades, a los niños y a los padres, estamos empeñados en ponérselo lo más complicado posible. Y lo peor de todo es que no va de principios, no va de moral, va solo de puñetera estrategia política, en la que alguien se arroga el valor de la verdad y trata todo lo demás de intolerable.

El valor estratégico de la intolerancia está al servicio de la derecha y de la izquierda, de los extremismos, de los nacionalismos, de los feminismos, de los ecologismos, y de cualquier ismo de los que nutren nuestras sociedades.

Empiezo a tener serias dudas del valor que tenía generar un sistema multipartidista para terminar en una polarización extrema basada en el elogio de la intolerancia.